Carta a Diogneto: un testimonio de fe

En nuestros días tenemos que agradecer a Dios la fortaleza de tantos cristianos que han enriquecido a la iglesia con el testimonio de su propio martirio. Vivimos en una tierra de mártires, Monseñor Romero y muchos otros, ofrecieron con dignidad sus vidas.

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Por Elizabeth Castro

15 July 2017

Existe en la literatura cristiana un escrito llamado “Carta a Diogneto”. Su autor es desconocido. Es una carta atractiva y elegante que ha despertado muchas interrogantes por su contenido y estilo. Fue descubierta en Constantinopla por pura casualidad en el año 1436. Está dirigida a un señor llamado “Diogneto”, posiblemente un pagano muy preparado. Me interesa destacar algunos pasajes que puedan ayudarnos a vivir mejor la vida cristiana.

La carta cuenta cómo vivían los primeros cristianos. El personaje de la carta estaba muy interesado en conocer el cristianismo. Sabía que era una religión que se estaba extendiendo en el Imperio Romano y que sus seguidores enfrentaban con gran valor las persecuciones en su contra, se querían los unos a los otros y profesaban un inmenso amor a Dios. Es un documento que se vuelve actual si tomamos en cuenta la persecución sufrida por los cristianos de hoy en muchas partes del mundo donde son minoría.

En la primitiva iglesia hubo muchos mártires, pero es justo que hagamos memoria de los mártires que en nuestros días han dado su vida en defensa de la fe. Si en tiempos del emperador Nerón abundaron los mártires, en nuestros días no son menos. El Papa Francisco nos ha dicho: “Hoy hay muchos mártires en la iglesia, muchos cristianos perseguidos. Pensemos en Medio Oriente, cristianos que deben huir de las persecuciones, cristianos asesinados por los perseguidores. También hay cristianos expulsados de forma elegante, con guante blanco: también esa es una forma de persecución.

Quiero citar algunas partes de los párrafos V y VI de la Carta a Diogneto: “Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás… adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor peculiar de conducta admirable, y, por confesión de todos, sorprendente. Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen.

Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne… Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y por todos son perseguidos. Se les mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen... Hacen bien y se les castiga como malhechores; condenados a muerte, se alegran como si se les diera la vida… los mismos que les aborrecen no saben decir el motivo de su odio”.

Se podría explotar mucho más el testimonio cristiano de ese tiempo. En nuestros días tenemos que agradecer a Dios la fortaleza de tantos cristianos que han enriquecido a la iglesia con el testimonio de su propio martirio. Vivimos en una tierra de mártires, Monseñor Romero y muchos otros, ofrecieron con dignidad sus vidas. La memoria de estos testigos del evangelio son un llamado perenne a construir los caminos de la paz y la unidad. Así como en la antigüedad la “sangre de los mártires fue semilla de nuevos cristianos”, las sangres de nuestros mártires reclama un nuevo tiempo de paz, justicia y unidad.

*Sacerdote salesiano