La tarde del 5 de julio, en Roma, falleció, a causa de un cáncer de páncreas, Joaquín Navarro-Valls. Por más de 20 años fue director de la Sala Stampa del Vaticano, durante el pontificado de Juan Pablo II y parte del de Benedicto XVI.
Navarro-Valls será recordado, entre otras cosas, por su trabajo en la modernización y profesionalización de la oficina de prensa de la Santa Sede. De esto dan testimonio varios periodistas que, por años, se han dedicado a cubrir el Vaticano. Uno de ellos me explicaba que no se trató solo de utilizar medios tecnológicos, sino de hablar sobre ciertos temas, algunos más complejos como los relacionados con la bioética, en un lenguaje universal, capaz de ser entendido por aquellas personas que no comparten la misma fe o que le son contrarios.
El exportavoz lo mencionaba en una entrevista con ABC, al recordar el inicio de esa etapa profesional. “El tema de fondo era si la Santa Sede deseaba participar en la dinámica de los medios. Si de verdad lo deseaba, debía saber que esto le costaría un esfuerzo semántico y de apertura. No era un problema que se solucionase informando más; se trataba, sobre todo, de aceptar el lenguaje de los medios, de emitir sus mensajes con la expresión propia de los medios, de dar la noticia en el momento preciso en que los medios la necesitan, de entrar en definitiva en el juego de los medios, que lo espectacularizan todo”. Como periodista, sabía lo que decía.
Conocí a Navarro-Valls en Roma. Y aunque nunca tuvimos mayor trato, pude conversar con él o escucharle en conferencias entre 2012 y 2016. La primera vez que le vi fue en verano. A él le gustaba sentarse a tomar el sol y leer. Esa vez llevaba tres periódicos y dos libros. Leía mucho y quienes le conocían cuentan que se decantaba por los “thrillers” y biografías de grandes personajes.
En ese primer intercambio de palabras, le comenté que era periodista. En lugar de aconsejarme u opinar sobre la profesión —cosa que es común en profesionales de su nivel—, se limitaba a escuchar e interesarse por mi trabajo. Finalmente, le pedí algún consejo. Su respuesta fue una referencia al modo de comunicar de Juan Pablo II: “él siempre habló claro, a pesar de ser una época de ambigüedad. Eso lo hacía atractivo. Sabía cómo y cuándo decirlo”.
Esto mostraba que a él no le gustaba ser el centro de atención y que siempre tenía muy presente al Papa polaco, de quien fue amigo. Basta recordar que el 1 de abril de 2005, rompió a llorar cuando le preguntaron sobre sus sentimientos por la salud del Santo Padre.
Sus historias con Juan Pablo II son muchas. Algunas de ellas están recogidas en el libro “Recuerdos y reflexiones”, publicado en 2010. Otras las contaba en conferencias o en entrevistas.
Cuando Time nombró al Papa personaje del año, entró en su habitación con un ejemplar y lo dejó sobre el escritorio del Pontífice. “Mientras conversábamos noté que daba la vuelta a la revista sin dejar de hablar. Yo, muy delicadamente, volví a mostrársela, y él, una vez más, la apartó de sí. ‘¿Qué ocurre Santidad, es que no le agrada?’, le pregunté. Él respondió esbozando una sonrisa: ‘Tal vez me agrade demasiado’”.
Otras anécdotas simpáticas son las de las “escapadas” de Roma para esquiar. “Salíamos con el Papa en un coche que no tenía matrícula del Vaticano. Íbamos a una casita pequeña cerca de la montaña. Se dormía allí y a la mañana siguiente se podía esquiar algo. Pocas horas, pero que era una delicia, y que era para él necesario”.
La última vez que le escuché, en Semana Santa 2016, externó una “preocupación”: que Dios le exigiría rendir cuentas por haber convivido con un gran santo como Juan Pablo II y haber coincidido con otros como san Josemaría Escrivá, santa Teresa de Calcuta y el beato Álvaro del Portillo. Esta es una muestra de que Navarro-Valls fue un hombre de vida interior, que supo poner sus talentos al servicio de la Iglesia y de los demás.
*Periodista.
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