Una paradoja es la expresión de un hecho que parece contrario a la lógica… En la homilía del domingo pasado, el sacerdote explicó tres.
La Paradoja del Mesías: se le esperaba en Jerusalén como gran monarca sobre un gran corcel y llegó con vestiduras sencillas sobre un pequeño burro; la Paradoja del Amor: Jesús cargó la pesada cruz sobre sus hombros para perdonar nuestros pecados; y la Paradoja de la Gracia: que para vivir, primero hay que morir.
Refiriéndonos a nuestro tiempo, seguimos viviendo entre paradojas. Escuché la noticia, que la “tranquilidad” de los mercados financieros comienza paradójicamente a generar gran “intranquilidad” entre los inversores…
Transpolando a nuestro país, convivimos en la “paradoja de la pasividad”. Frente a tantos riesgos que nos debieran intranquilizar, la mayoría de los salvadoreños asume pasivamente los peligros que amenazan su futuro.
Por ejemplo: el peligro de perder buena parte del dinero de las pensiones, porque en lugar de ahorros para el futuro, se utilice para gasto corriente y no se rentabilice... El riesgo de un proceso electoral amañado por falta de fondos... El riesgo de continuar engrosando la planilla del gobierno para asegurar votos en las elecciones... El riesgo del impago de las deudas nacionales e internacionales... El riesgo de coartar la libertad de expresión o el riesgo de llegar a una situación de empobrecimiento como en los países donde el socialismo ya fracasó, y en Venezuela, está por estallar…
Vimos esta semana la caricatura de un diputado regordete, luciendo un traje elegante, hablando por teléfono sobre el arreglo del millonario seguro médico, mientras al lado, una anciana dice a su hijo: “Vámonos, otra vez no hay medicinas en el hospital”. La paradoja de la salud: hay muchos millones para seguros médicos y no hay dinero para los medicamentos básicos.
Y la peor es, la “paradoja política”: los partidos en lugar de dedicarse a preparar un proceso electoral claro y limpio, interno y externo, ejemplar y con pocos recursos, siguen perdiendo el tiempo y credibilidad en sus líos internos y solo crean más desconfianza frente a los ciudadanos, como partidos y como políticos.
Cuando las encuestas dicen que los ciudadanos no quieren, ni a uno, ni al otro, es una señal que el sistema democrático sí funciona, pero no se tiene confianza ni en las siglas ni en los hombres detrás de las siglas de ninguno.
¿Sería posible encantar a la gente, en lugar de seguirla desencantando? Sí, y aun están a tiempo, pero lo deben demostrar, tomando las decisiones que los ciudadanos percibamos como contundentes y demuestren más seriedad, más entrega y más espíritu de servicio en el desarrollo político y económico del país.
Los que son de derecha que lo sean, pero de la derecha sana y los que son de izquierda, también, pero de la izquierda sana.
En todos las democracias hay “derecha e izquierda” y entre más sana por ambos lados y más sensibilizados estén de las urgencias sociales, más encantarán a su seguidores.
Ya no se quieren “nombres”, sino “personas políticamente serios y al servicio de la sociedad”… Estamos hartos de listos y listillos que buscan protagonismo y enriquecimiento.
El Salvador, para reorientar su rumbo hacia una condición de mejora continua y consistente, necesita más gente excepcional y profesional para las decisiones económicas y humanas futuras, que fervientes creyentes aduladores de ideologías y personajes del pasado. ¡Quienes generan más confianza y credibilidad ganarán!
*Columnista de El Diario de Hoy.
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