Don Adilio Lozano tenía una larga lista de enemigos. No por ser una mala persona, sino por ser correcto, justo y leal. Porque detestaba las injusticias, los robos, las extorsiones y los homicidios. Eso es lo que más había en su pueblo natal.
Desde el lunes 5 de junio, en todos los rincones del caserío Rancho Quemado, en Ilobasco, Cabañas, se le recuerda como uno de los últimos hombres valientes que han habitado el pueblo.
Don Adilio no le tenía miedo a nadie. encaró a pandilleros, se enfrentó a balazos con ellos. Entregó ante las autoridades a cuatreros (ladrones de ganado), le corrigió la plana a policías, soldados y fiscales.
No tuvo estudios universitarios pero se sabía las leyes como cualquier abogado. Su participación en varios procesos legales y su acercamiento con la Fiscalía y la Policía para luchar contra la delincuencia, le sirvieron para adquirir ese conocimiento. Todo el pueblo lo respetaba, según relatan sus parientes.
La muerte le llegó por la espalda mientras descansaba dentro de una ferretería en San Isidro. El ganadero había tomado un par de tragos de licor. Varios hombres lo emboscaron y lo agarraron de manera cobarde, a martillazos. Murió en el acto. No tuvo tiempo de sacar su pistola calibre 38 especial.
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Era muy listo y rápido con el arma. Tenía valor, por eso todo el pueblo sabía que a don Adilio no lo iban a matar de frente, afirman personas que le conocieron.
Durante la guerra (1980-1992) también se hizo de muchos enemigos. Se opuso a combatir al lado de la Fuerza Armada y por eso fue víctima de varias palizas que lo dejaron al borde de la muerte.
El ganadero y agricultor de 65 años siempre andaba acompañado por dos de sus parientes de mayor confianza, pero ese día fatal andaba solo. Era dueño de decenas de manzanas de terreno y más de un centenar de cabezas de ganado. Era prestamista, daba dinero en préstamo sin interés a los más pobres para que trabajaran la tierra.
Si la cosecha era mala, el agricultor no les cobraba por el alquiler de los terrenitos.
Sus asesinos le robaron dos mil dólares, su arma de fuego, cadenas de oro, y hasta su sombrero.
La escena era propicia para sospechar que se trató de un asalto. Pero sus familiares tienen dudas. Nadie quiere hablar de su muerte, tienen miedo.
Los dolientes recuerdan que hace una par de meses dio prestada una considerable cantidad de dinero y no saben si se la pagaron. Tampoco saben si su asesinato se debió a una rencilla que tuvo hace unos meses o si se trata de la venganza de un hombre que terminó preso tras denunciarlo por el robo de un ganado.
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Su asesinato podría haber sido cometido por el mismo comando de hombres que intentó matarlo en abril 2016.
Entonces, le dejaron el sombrero como un “colador”. Le hirieron las piernas, pero él los enfrentó con su pistola y se lanzó a un barranco para huir. La pronta ayuda de sus hijos evitó que lo mataran.
Sin embargo, la hipótesis más fuerte, según los dolientes es que a don Adilio lo mataron las pandillas que operan en la zona, pues “entregó a muchos”. Don Adilio dudaba de las autoridades locales y todo trámite lo hacia con la Fiscalía y con la Policía en San Salvador.
“El Chapulín” es uno de los pandilleros más peligrosos que entregó. Lo condenaron a 40 años de cárcel por extorsión y homicidio. La familia del marero no tomó represalias. Según la familia de don Adilio, hasta llegaron a su funeral y entierro.
No permitía que los pandilleros de la mara Salvatrucha que operan en la zona caminaran por sus terrenos y propiedades.
Al entierro llegaron pobladores de todos los cantones y caseríos de la zona: agricultores, fiscales, policías, comerciantes, trabajadores.
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Las señoras no pararon de rezar frente a un colorido altar, mientras sus amigos comentaban que lo recordarán como un héroe. El héroe de San Isidro.