Ideología y biblioteca

Las redes, como cualquier instrumento, no son buenas ni malas en sí, sino que su calidad ética depende más bien de quienes las utilizan y del uso que se haga de ellas.

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Por Inés Quinteros

14 July 2017

uando se atribuyó a las redes sociales parte de la responsabilidad del triunfo del presidente Obama en las elecciones, se hablaron maravillas de esta forma de comunicarse por la que cualquiera puede postear lo que desee: información, opiniones, percepciones, proposiciones, etc. Incluso hubo quienes profetizaron la muerte del periodismo como lo conocíamos, algo así como “Internet killed the media star”.

En la elección de Trump las redes sociales también fueron protagonistas; sin embargo en esa ocasión, surgieron personas –principalmente periodistas y líderes de opinión de línea liberal y progresista, por supuesto–, preguntándose si el ámbito de las redes sociales como foro de comunicación, se mueve más en el campo del engaño manipulador que en el de la realidad.

Las redes, como cualquier instrumento, no son buenas ni malas en sí, sino que su calidad ética depende más bien de quienes las utilizan y del uso que se haga de ellas.

Twitter, por ejemplo, pretende proporcionar una herramienta para que se sepa lo que está pasando, y conocer qué piensa la gente. Sin embargo; como por una parte todavía no se ha inventado un filtro que impida tuitear embustes, y por otra, muchos de los usuarios de esa y otras redes sociales siguen pensando –no se sabe por qué mecanismo psicológico– que todo lo que está impreso, goza de credibilidad; quizá no es tan fácil saber con certeza qué está pasando, ni si lo que se tuitea es lo que piensa la gente, o lo que los tuiteros quieren que los otros tuiteros piensen que ellos piensan…

Con la mentira sucede lo mismo que con el punto negro en la pared blanca: no es la pared la que llama nuestra atención, sino la mancha. Así como no es sensato decir que todo es mancha, tampoco lo es descalificar las redes sociales porque las utilizan personas a las que les importan más los “likes” y los “retuits” que la veracidad de lo que dicen.

Quienes mienten no sólo se desprestigian a sí mismos, sino a todos los usuarios… Jack Dorsey, fundador de Twitter, comenta: “La mentira no es algo nuevo en nuestra sociedad. La gente miente desde siempre. El problema es que la tecnología amplifica esas mentiras”.

Hay veces, incluso, en que quienes sirven de altavoces o de loros repetidores de mentiras, ni siquiera saben que lo hacen; pues tal como explica con un punto de exageración Pérez Reverte en una reciente entrevista: “las redes son formidables, pero están llenas de analfabetos, gente con ideología pero sin biblioteca, y pocos jerarquizan. Es el lector el que debe discernir e interpretar. Si no, da igual valor a una feminista de barricada que a un premio Nobel”.

No le falta razón: cuando se sigue más o menos de cerca lo que se publica en redes, en medio de aportaciones valiosas y pensamientos perspicaces, se descubre cada exageración, manipulación, embuste, que no quedan ganas de decir, literalmente, ni pío. Es fatigoso no sólo tener que explicar una y otra vez cosas obvias, sino además a gente que sale con tópicos ideológicos cada vez que se intenta razonar medianamente.

Sin embargo, las redes dan oportunidad de conocer de primera mano lo que piensan los líderes de pensamiento, de cultura, de influencia en la sociedad; las opiniones y puntos de vista de las personas comunes y corrientes, los colegas y vecinos. Por lo que no hay que dejar que un poco de cizaña nos haga pensar que nada es trigo.

Los periodistas y los líderes de opinión están dejando de ser exclusivos generadores de información, pues –redes mediantes–, también lo son los usuarios bien informados, capaces de discernir e interpretar la información disponible, e involucrarse con criterio y aportar en lo que se comenta.

 

* Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare