La Orden de la pluma blanca

Si como país aprendemos a ponerle plumas blancas y censurar moral y socialmente a los que usan los recursos de forma cuestionable, podremos descubrir que esa exposición es a veces más poderosa que un poco probable castigo.

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30 August 2016

Es viernes y San Salvador está colapsado. La frustración es visible en los conductores que me rodean. Unos se refugian en la música, otros conversan con sus pasajeros y otros solo sienten furia por el comportamiento abusivo y descortés de los conductores que bloquean las intersecciones y ni pasan, ni dejan pasar. Yo también estoy frustrado.

Y además de frustrado, aburrido, hasta que decido conectar mi teléfono y opto por escuchar un podcast. El que elijo: Hardcore History, conducido magistralmente por Dan Carlin.

En el episodio que me tocó, este periodista y aprendiz de historiador cuenta con detenimiento y detalle las particularidades de la Primera Guerra Mundial. Expone la guerra de trincheras, el rol de la tecnología y armas como la ametralladora Maxim, el colapso de los Imperios Centrales y la explosión de los nacionalismos. Afortunadamente, un pasaje de su narración logra hacerme salir de la patibularia sensación de la inmovilidad:
 
Son los primeros meses de la “Gran guerra” y a falta de un programa de conscripción obligatoria, en lugares como el Reino Unido había un déficit importante de tropas. Entonces surgió la “Orden de la pluma blanca”: a jóvenes sin intención de enlistarse les colocaban, precisamente, una plumita blanca en su solapa para resaltar su cobardía. Esta inusual pero efectiva herramienta de propaganda fue capaz de afianzar a más combatientes que muchos llamados patrióticos, pues lejos de enfocarse en valores que quizá no todos compartían, apelaban a un sentimiento casi universal: el de la vergüenza.

Debo ser honesto: yo soy un pacifista, enemigo de los enfrentamientos armados y del uso sistemático de la violencia, sin importar la excusa que se utilice. Además me parece nefasta esta guerra psicológica para llevar a jóvenes a matarse. Sin embargo, de la pluma blanca tenemos mucho que aprender, pues cuando los esfuerzos institucionales son limitados, toma importancia la batalla comunicacional.

Cien años después de la llamada “Guerra para terminar todas las guerras”, en El Salvador nos enfrentamos a nuestra propia batalla titánica: el saneamiento de la abusiva forma en que se administran el poder y los recursos.

Los fondos, las herramientas tecnológicas y el personal capacitado son sumamente escasos para desentrampar todos los indicios de corrupción. Además, el sistema ha sido constantemente cooptado por poderes paralelos y no podemos “meter las manos al fuego” y garantizar la honestidad de todos los jueces del país.

Ante los notorios casos de mal uso de fondos públicos y de abuso de poder, en lugar de esperar las condenas, debemos recurrir a la exposición pública de estas personas con nombre y apellido, no con el fin de desprestigiarlos maliciosamente, sino para visibilizar cómo los adalides de la transparencia se volvieron “más de lo mismo”.

Por ejemplo, pongámosle una pluma blanca a David Reyes, quien además de permitir un uso inaceptable de recursos públicos, quiso creer que éramos tontos, y una a su partido, por su tibieza y falta de condena. Pongámosle una al expresidente Funes, quien pasó de un premio Moors Cabot al periodismo a manejar de forma oscura el patrimonio del Estado y a presuntamente enriquecerse ilícitamente -mientras insultaba a sus críticos y callaba a la prensa incómoda. Pongámosle una pluma blanca al expresidente del Legislativo Sigfrido Reyes, que regaló lujosos licores y corbatas a sus colegas y, de paso, a los que recibieron los obsequios pagados por nosotros. A la diputada Peña y el ministro Tharsis, que usan fondos de sus instituciones para almuerzos y frutas. Y así sucesivamente...

Si como país aprendemos a ponerle plumas blancas y censurar moral y socialmente a los que usan los recursos de forma cuestionable, podremos descubrir que esa exposición es a veces más poderosa que un poco probable castigo. De no hacerlo, caeremos en la advertencia del politólogo irlandés Philip Pettit, quien afirmó que “el poder sin la posibilidad de ser expuesto a la vergüenza es particularmente peligroso”.
 
Y ya que estamos en esas, pongámosle una pluma blanca a los cretinos que bloquean las intersecciones.
 

*Columnista de El Diario de Hoy.