La defensa de la democracia

Para hablar genuinamente de democracia es necesario que tengamos presentes las ideas de justicia, igualdad y libertad para todos los ciudadanos, sin excepción ideológica alguna.

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03 July 2016

A partir de la firma de los Acuerdos de Paz, y con la posterior introducción de reformas a la Constitución realizadas en el año 1991, las distintas fuerzas políticas de la época trataron de contribuir al restablecimiento de la concordia en el país, la reconciliación nacional y la reunificación de la sociedad. Con ese fin, se realizaron reformas a las disposiciones de la Constitución referentes a la Fuerza Armada, Órgano Judicial, Sistema Electoral y Derechos Humanos. Estos sucesos históricos marcaron el inicio de un esfuerzo por institucionalizar la democracia en El Salvador, a través de un marco jurídico que correspondiera a la nueva historia del país con el cese del conflicto armado.

Desde ese suceso histórico, el proceso democrático en El Salvador se ha enfocado en la construcción de un marco normativo e institucional que fortalezca las bases de la democracia; sin embargo, después de veinticuatro años de firmada la paz, cabe preguntarse si el pretendido proceso de democratización ha progresado, tiene algún rumbo y cuáles han sido los obstáculos encontrados en el camino. Aunque podamos decir que vivimos en paz, no se siente como tal; día a día nos toca vivir enfrentamientos entre políticos de distintas ideologías que, lejos de resolver problemas y tratar de construir acuerdos en favor del país, únicamente se dedican a deslegitimar las opiniones de las personas que los critican, sin presentar respuestas coherentes a las críticas o   propuestas concretas contra lo que no están de acuerdo. Y esta práctica ya ha trascendido a la ciudadanía, para quienes la opinión del otro no vale nada si no es acorde a la propia. Somos una sociedad que ya no es capaz de escuchar y vivimos en permanente desconfianza del otro, aunque su idea sea buena.

El Salvador vive una crisis de representación política abanderada por la desconfianza en los dirigentes políticos, donde buena parte de sus ciudadanos son apáticos o indiferentes con el rumbo que lleva el país y seguimos sin identificar liderazgos políticos que guíen el proceso de desarrollo democrático. Esto se debe, en mayor medida, a que el ciudadano salvadoreño tiene otros problemas más urgentes que resolver antes que preocuparse por la situación de la democracia en el país (por ejemplo, desempleo, inflación, precariedad en el sistema de educación y salud, violencia social, entre otros problemas), aunque eventualmente ese estado nos afecte a todos.

Aquí hay que traer al cuento el concepto de democracia. La concepción contemporánea de democracia ya no se limita al gobierno de la mayoría. Una comunidad que ignora continuamente los intereses de alguna minoría u otro grupo es, precisamente por esta razón, una comunidad no democrática, aunque elija a los representantes mediante impecables procedimientos mayoritarios. Para hablar genuinamente de democracia es necesario que tengamos presentes las ideas de justicia, igualdad y libertad para todos los ciudadanos, sin excepción ideológica alguna.

Ya a estas alturas de la historia de El Salvador y la humanidad, donde hemos visto de todo y ya poco nos sorprende, hay que tener claros los principios que necesitamos preservar. Existen cuestiones que se defienden independientemente de las ideologías políticas con las que simpatice; derechos a libertad de expresión, libertad de prensa, separación de poderes, elecciones periódicas (libres y limpias), alternancia y control judicial del poder, controles interorgánicos (sin que sean controlados políticamente), rendición de cuentas, lucha contra la corrupción, respeto a los derechos de todos, entre otros, son elementos fundamentales de las repúblicas democráticas, los cuales deben respetarse siempre, no solo cuando es conveniente a algunos intereses.
 
Las personas que defienden estos elementos de la democracia no debe ser tachados como desestabilizadores, oligarcas, imperialistas, o con cualquier otro adjetivo que busca deslegitimar las opiniones que no nos agradan. De la misma forma, si vamos a oponernos a algo que sea con argumentos sólidos y propuestas concretas, pues tampoco se trata de oponerse solo porque sí. Si la única forma en que este país avance es que las fuerzas mayoritarias se unan con objetivos de país comunes, retomando el camino del diálogo y trabajo en conjunto, también los ciudadanos debemos poner de nuestra parte y dejar de comportarnos como tribus o rebaños que no permiten los cuestionamientos internos o  quienes se esmeran en deslegitimar al otro cuando su opinión no conviene.
  

*Columnista de El Diario de Hoy.