Los partidos políticos en El Salvador dejan mucho que desear. Parece que, a pesar de las sentencias de la Sala de lo Constitucional que ordenan implementar la democracia interna, sus procesos no son elecciones sino selecciones. Y dudo mucho que estas sean enteramente libres e independientes para sus militantes. Se nota que las cúpulas partidarias buscan, como sea, mantener cuotas de poder y seguir dominando la dirección de los partidos. Si democracia interna es que las decisiones sean tomadas por la mayor cantidad posible de miembros que la conforman, pareciera que las cúpulas buscaron la forma de controlar la participación y competitividad. Da la impresión que existe una línea que dirige quiénes estarán en la planilla, por quién votar y a quién dejar afuera.
Antes que permitir aires de renovación, ARENA optó por no cambiar. Dejó fuera de su proceso a una mujer inteligente y profesional excepcional, Aída Betancourt; y también prefiere que dos de sus diputados notables por independientes, Johnny Wright y Juan Valiente, se alejen de sus filas antes que permitir el disenso. ARENA tira por la borda la tolerancia hacia aquellos buenos elementos que piensan distinto que el “establishment”. Pareciera que no es un partido republicano como su nombre lo indica, sino feudal y faccionalista. No parece ser la sombrilla para ideas liberales y republicanas que tanto manifiesta, sino cuna para el conservadurismo más rígido y atrasado; ese que nos trajo exclusión política, económica, guerra y nos sigue trayendo la exclusión de ciudadanos por consideraciones culturales.
Johnny Wright y Juan Valiente son diputados representativos por independientes; han sido críticos y se han ganado el reconocimiento de mucha de la población apática y descontenta con la política. Quizá no son reflejo de las ideas ortodoxas de su partido, pero sí de una sociedad cansada de la manera tradicional en que se ha hecho la política en el país. Así, ARENA pierde la posibilidad de acercarse a un sector incrédulo de la población, a los independientes, a los indecisos, a los que no piensan en absolutos. Estos han visto en estos dos diputados la posibilidad de que los políticos puedan ser francos, aunque estemos en desacuerdo con ellos.
Y si el proceso de ARENA ha sido penoso, el del FMLN fue peor. Su lista de candidatos fue formada a puertas cerradas, sin ingreso ni control ciudadano, sin medios de comunicación, con “invitaciones” limitadas a algunas personas para que se inscribieran como precandidatos. ¿Qué competencia existe para elegir a los más representativos cuando se reparten 84 puestos y solo hay 84 personas invitadas a competir? La militancia del FMLN continúa obedeciendo a ciegas a una cúpula impermeable, que no admite crítica y que considera saber siempre qué es lo mejor para su militancia. Ojalá, por el bien de la democracia, que en el FMLN exista el disenso y este en algún momento sea público, obligando así a la necesaria renovación política.
Los partidos no han sido capaces de ver más allá de su propia nariz, pues trabajan únicamente en mantener contentas a sus bases y a la militancia radical, sin pensar que afuera hay un 67 % de la población que no se siente representada y que también está habilitada para votar. Las elecciones internas de un partido las conquistan con los votos de las bases, pero los partidos no han considerado que las elecciones nacionales se ganan con los votos de la población entera, quienes estamos hartos de extremismos ideológicos.
Ambos partidos han cerrado sus filas para evitar que cualquier persona externa que piense distinto a ellos se involucre, no vaya a ser que les dé tos por algún viento de renovación. Han convertido en los partidos políticos en pequeñas sectas que defienden a ultranza “sus principios e ideales”, sin considerar que en el país hay temas urgentes que resolver; unos andan mezclando la religión con política, mientras que otros izan banderas de la Guerra Fría. Como resultado tenemos una agudización del odio y la falta de respeto, porque si no estás conmigo, estás contra mí. Los partidos políticos están a tiempo de reflexionar y corregir el rumbo que llevan, pues si no se ponen las pilas para renovarse y cambiar, lo más probable es que terminen siendo cambiados.
*Columnista de El Diario de Hoy.