Uno de los defectos más grandes y marcados que tenemos en Latinoamérica es buscar constantemente un culpable de nuestros males. Esa difícil tarea de asimilar y asumir responsabilidades raya en una aversión casi mística cuando se trata de un latinoamericano común y corriente; y cuando se trata de un salvadoreño, deriva en un deporte al que es aficionado el común de los ciudadanos, llegando a niveles de maestría, cuando se trata de un político.
“Empezando por el principio”. En el imaginario colectivo latinoamericano, nuestras desgracias de hoy se remontan a la denostada conquista española, ¡qué felices, libres, igualitarios y democráticos fuéramos si todavía viviéramos sujetos a las leyes del Tawantinsuyo, a las costumbres aztecas o al misticismo maya! Para algunos la conquista es la fuente de todos nuestros males. No importa que ya hayan transcurrido más de 500 años desde la colonia y dentro de ese período, ya casi 200 años de vida independiente; aún así, los responsables de nuestra pobreza no somos nosotros, los actuales habitantes de estas comarcas, ni nuestros políticos, ni la centenaria corrupción de nuestros gobernantes o su alegre nepotismo, ni nuestra propia incapacidad para ejecutar un plan coherente a nivel social-político-económico que nos haga progresar ¡eso es inaceptable! ¡eso equivaldría a admitir que nuestra pobreza, nuestras guerras y nuestro retraso tercer mundista, es nuestra responsabilidad! ¡eso jamás! ¡es culpa de los malvados ibéricos! ¡joder!
De la conquista, la costumbre salta a nuestros hábitos personales. Parece que nuestra psiquis individual goza de una gruesa capa impermeable en donde la suave llovizna de la aceptación de nuestra propia responsabilidad, resbala tan fácilmente como el agua en las plumas de un pato. Individualmente reclamamos un absoluto poder para toma de decisiones y un libre albedrío que nos permita manejar y conducir nuestro destino a nuestro antojo, pero cuando los resultados no son los que esperamos, procuramos que la culpa la tenga alguien más y el efecto de nuestras decisiones sea atribuido a un tercero. Así de ilógicos somos. Si aplazamos una materia, la culpa es del maestro; si se trata de un mal resultado en un partido, la culpa es la del árbitro; si es de la mala gestión económica, la culpa es del gobierno, de la sociedad, del cliente, del mercado, del jefe, etc. Si es un fracaso personal, la culpa es de nuestros padres, parientes, cónyuge. ¿La explicación? Nuestra psiquis Latinoamérica parece ser demasiado endeble para aceptar simple y llanamente lo que es evidente: el culpable soy yo, el arquitecto de mi destino fui yo, la cosecha positiva (o negativa) de lo que estoy viviendo es de mi absoluta responsabilidad. Mi presente es una consecuencia clara y directa de las decisiones que consciente y voluntariamente tomé en mi pasado. Tan simple como eso.
Quizás por ellos somos tan susceptibles a creer que el Estado debe de resolver todas nuestras necesidades. No, no somos nosotros los que por medio de ejercer trabajo honrado, los obligados a procurar brindarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos, seguridad, educación, alimentación, salud, diversión, etc. La responsabilidad es del Estado (obvio: por medio de los impuestos pagados por otros, quienes, casualmente, sí trabajan y se esfuerzan); por tanto, si yo en algún momento no tengo el disfrute de esos parabienes, la culpa es del malvado gobierno de turno; no la mía por mi falta de esfuerzo, claro.
Por su parte, ante la falta de nuestro propio progreso como país, los políticos se enfrascan en buscar culpables: el imperialismo yanqui, la oligarquía criolla, el neoliberalismo; y más recientemente, los veinte años de ARENA, las decisiones de su actual bancada legislativa o la gestión de la Sala de lo Constitucional. Escoja el que más le guste. No, no son las equivocadas políticas tomadas por nuestros sucesivos presidentes. No son las políticas de despilfarro de recursos públicos derivados del populismo de Estado. No es la corrupción ni la incapacidad de los funcionarios. ¡No puede ser! ¡Sería como aceptar que nuestros dirigentes políticos son venales e incapaces! Así las cosas, refugiarse en los errores de sus oponentes políticos, presentes y pasados, ha sido la receta mágica ideal para explicar –desde hace décadas- lo mal que andan las cosas hoy.
La verdad es que seas un ciudadano común y corriente, un empresario, un profesional, un padre de familia o esposo, un partido político o un funcionario; si te preguntas por que estás como estás, y piensas buscar quién es el responsable de tu actual felicidad o desdicha personal, y en el caso del político, del progreso o atraso de nuestro país; te aconsejo lo siguiente, busca el espejo más cercano, mírate fijamente a los ojos y despacio pronuncia estas palabras: YO SOY EL ÚNICO RESPONSABLE. Eso sí, no te quedes ahí, si quieres un cambio ¡actúa! Nunca es tarde para emprender el camino.
*Abogado, máster en Leyes.
@MaxMojica