¡Tres días inolvidables!

Disfrutamos una deliciosa cena de pescado frito y crujiente frente a la playa, sintiendo la brisa fresca, conversando y admirando el reflejo del cielo y las luces en la playa que simulaba un espejo.

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Por Elizabeth Castro

08 July 2017

Si tiene la oportunidad de hacer lo que hice esta semana, hágalo pronto, sin planificarlo, con el único objetivo de disfrutar del poco tiempo que puede uno permitirse dejarse llevar por los acontecimientos y escaparse de las rutinas profesionales y familiares…

El sábado celebramos una fiesta familiar por la visita de mi hermano menor que vive en Estados Unidos desde hace unos 30 años… El lunes temprano pregunté por él a mi otro hermano y me dijo que aún estaba aquí, pero tenía que presentarse en San Vicente a las 7:00, para un encuentro impostergable con una máquina, pues desde hace varios años, cada dos días, Jorge se conecta para una diálisis y es admirable su valentía, el positivismo y naturalidad con que asume este proceso para seguir disfrutando de la vida... Le dije, espérenme y yo los llevo.

Nos encontramos y de camino a San Vicente, sin haberlo planificado, les propuse pasar tres días juntos… ¡Después de la diálisis, sin problemas!, me respondió… Como no fue a las 7:00, sino a las 11:00, esperamos hasta las 4:00 de la tarde… En el camino, les pregunté si recordaban que hace quince años fuimos con nuestras familias a la playa de Torola… Pedí a mi asistente que reservara y a las 6:30 llegamos al hotel.

Disfrutamos una deliciosa cena de pescado frito y crujiente frente a la playa, sintiendo la brisa fresca, conversando y admirando el reflejo del cielo y las luces en la playa que simulaba un espejo.

La madrugada del martes vivimos cada minuto del amanecer y los preciosos celajes cambiantes de color del cielo… Desayunamos y fuimos a la Catedral de La Unión, ligada a nuestra niñez porque en el taller de mi padre en San Vicente, se hizo en los años cincuenta, todo lo que hay de hierro en esa iglesia, las vigas que sostienen el techo y cada uno de los ventanales y las puertas…

Recordamos el taller donde nos criamos y aprendimos a mecánicos, a nuestros padres, a todos los mecánicos y aprendices y especialmente a “chorizo”, un excelente mecánico forjador que hizo cada colocho… Y yo, las horas que le di vuelta a la cigüeña de la fragua donde “chorizo” calentaba al rojo vivo las pletinas para forjar con gran destreza el inicio de cada colocho en forma de espiral... ¡Maravillosos recuerdos!

Después, fuimos a El Cuco para almorzar y luego de un buen pescado, unas horas de descanso y un café, con la intención de conocer la bahía de Jiquilisco, me equivoqué y entramos en la carretera de El Espino… Llegamos a la playa, encontramos un hotel, después de un buen baño en la piscina, compramos pupusas recién hechas en la esquina, cenamos y descansamos… El miércoles de madrugada admiramos el precioso amanecer de la inmensa playa, observando el elegante vuelo de los grupos de pelícanos y comparando el trayecto de la vida, con los movimientos audaces de sus alas para sobrevolar el mar... Y después, nos fuimos a Jucuapa, a visitar el lugar de nacimiento de nuestra madre…

Tres días sencillos, de liberación de rutinas, despreocupados, de refresco de las vivencias y aventuras juveniles y de la memoria familiar, en los que resurgió el cariño fraternal.

Sí, señor… Tres días inolvidables en los 212 años que sumamos entre los tres. Sin importar su edad, hágalo pronto, se reencontrará con sus hermanos.

*Columnista de El Diario de Hoy.

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