La asombrosa carta que Paolo Lüers me dedicó el pasado 6 de julio no solo confirma todo lo que les dije sobre él, sino que demuestra dos cosas interesantes alrededor de las controversias de orden moral: que los dogmas laicos propuestos por el relativismo son tan peligrosos como el fanatismo religioso —los extremos, ya lo sabemos, terminan juntándose— y que es imposible llegar a acuerdos básicos en estos temas espinosos si no existe una mínima honestidad intelectual.
La carta de Paolo es decepcionante, y lo es en los dos aspectos mencionados arriba. Por un lado, exuda más prejuicios de los que su autor sería capaz de reconocer; por otro, apunta a una lectura deficiente y selectiva de la primera carta que dirigí a ustedes.
Solo la típica ofuscación antirreligiosa puede llevar a alguien a concluir, leyendo con sesgo mi columna anterior, que la alternativa al relativismo kelseniano sea el clericalismo de Estado. Jamás he propuesto eso y estaría profundamente en contra de quien así lo planteara. Que Paolo no tenga claro a estas alturas con quién está tratando me resulta inconcebible. (Remito al lector a una columna mía titulada “Verdad, libertad, dignidad”, publicada hace dos años en este mismo espacio de opinión).
Pero lo peor de inventarse una controversia falsa es cuando se quiere ubicar a la gente en un extremo u otro de ella, con el deshonesto propósito de favorecer artificiosamente la propia postura. Si Paolo, al traer a cuento la admiración que Rodolfo González profesa a Kelsen, lo que busca insinuarnos es que el magistrado constitucionalista abraza el relativismo, mucho me temo que quien ha perdido todos los papeles es Paolo. Casi ninguna de las resoluciones emanadas de la Sala de lo Constitucional en los últimos ocho años habría sido firmada por Rodolfo si él fuera un relativista convencido.
“Tus planteamientos son contrarios a nuestro orden constitucional”, me ha dicho Paolo en otro arrebato de obnubilación. Curioso que me lo diga alguien que quiere reformas a la Carta Magna que no están respaldadas por ninguna encuesta seria. Abro, sin embargo, nuestra Constitución, leo sus primeras páginas y me topo con el preámbulo del decreto que la sanciona y proclama, el número 38. Nada. Repaso los artículos que hablan de la “persona humana”, y lo mismo. ¿Tendrá idea mi amigo de lo absurdo que es afirmar lo que ha afirmado sobre mis planteamientos?
Paolo Lüers dice preferir “que los valores, las verdades y las leyes sean relativas, dependiendo de la voluntad ciudadana, que a su vez es resultado de transformaciones sociales, económicas y culturales”.
He aquí un encadenamiento de presuposiciones optimistas que ningún proceso histórico en el mundo corrobora (y menos el de su natal Alemania, por cierto, que de la tolerante República de Weimar pasó a la implantación del nazismo en menos de 20 años).
Pero veamos cómo funcionaría, aplicado a un ejemplo, este conjunto de dogmas laicos. En los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XIX la esclavitud de la población negra era moralmente aceptada por la mayoría. Lincoln hizo posible que la opinión pública norteamericana empezara a reconocer la existencia de una verdad moral distinta. ¿Alguna vez fueron ciertas ambas perspectivas morales, excluyentes entre sí? No, por supuesto. Siguiendo a Paolo, empero, la esclavitud tendría que ser moralmente objetivada como “buena” si una nueva mayoría en Estados Unidos lo decidiera así.
Pero, ojo: Si quienes son relativistas alegaran que el fin de la esclavitud es un evidente “signo de evolución”, entonces habrían dejado de ser relativistas, porque tomarían por cierta e incuestionable una verdad moral que ya estaba allí.
Ustedes en ARENA, por tanto, no tienen por qué dar crédito a quienes se rehúsan a tomar consciencia de lo insostenible de sus opiniones. De mi parte les tengo, eso sí, una tercera carta, porque creo que los altercados que se han producido en su partido recientemente debieron manejarse de otra manera.
*Escritor y columnista de El Diario de Hoy