La corrupción y sus máscaras

Una de las formas más sutiles de ocultamiento de la propia corrupción es expandirla untando a todos: el corrupto corrompe a quienes tiene a su alrededor, con preferencia de jueces y policías y así se asegura de que nadie le va a denunciar pues haciéndolo se hundiría a sí mismo.

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Por Elizabeth Castro

07 July 2017

Menos mal que poco a poco vamos entendiendo que la corrupción no tiene color. Hay corruptos de izquierda y de derecha, en lo privado y en lo público, en instituciones respetables y entre pandilleros.

A partir de la enorme cantidad de información disponible, hay quienes piensan que la corrupción queda más a la vista. Pero va a ser que no. Queda manifiesta tal vez la más burda, la corrupción clamorosa…

Pero eso no significa que los corruptos sean tontos (aunque de haberlos, los hay), sino más bien lo contrario: el corrupto de raza aprende, y rápido, a camuflar sus actividades. Para ello utiliza lo que hemos llamado máscaras.

Como preámbulo quisiera hacer una aclaración: cuando se encuentra uno con un caso de corrupción es necesario distinguir entre lo que se ha llamado juicio mediático y juicio legal. El primero es rápido, contundente, injusto y sin matices: se “destapa” un caso de corrupción y se publica, e inmediatamente el acusado es encontrado “culpable”. Sin embargo, a los corruptos parece ser que no les preocupa demasiado, pues lo mediático es por definición efímero y no tiene consecuencias penales.

En cambio, la justicia legal es lenta, necesita pruebas, tiempos, procedimientos… y cuando al cabo del tiempo se da un veredicto, a muchos les trae sin cuidado. Menos a los corruptos: de los tribunales, si es que no los tienen a sueldo, se cuidan más que de la opinión pública.

Los juicios mediáticos arrebatan la buena fama y en último término —en el caso de los políticos— votos; en cambio, los legales pueden llevar a la pérdida del patrimonio y de la libertad.

La primera máscara que cela la corrupción obedece a aquello de que la mejor defensa es el ataque. Tiene dos modalidades. Una es la imputación al contrario: cuanto más una persona acuse de corrupción a sus enemigos, a sus rivales, es casi seguro que está ocultando su propia podredumbre, parapetándose para que sirvan de diana, detrás de muñecos inflables con la cara de sus contrarios. Acusa que algo queda… podría decirse.

La otra es un poco más refinada: los corruptos se afanan por ocupar puestos públicos que por definición están para combatir la corrupción. Posiciones que van desde instancias judiciales o de inteligencia, hasta secretarías de transparencia, presidencias de tribunales de ética, etc. Ya se sabe: desde la cumbre se ven venir mejor los ataques; amén de que pocos sospechan que a veces los controladores resultan más corrompidos que los controlados.

Otro modo de tapar lo podrido es llamar la atención sobre cualquier cosa menos sobre sí mismo. De allí que los corruptos, explícita o implícitamente, son grandes promotores de cortinas de humo, escándalos noticiosos, periodistas a sueldo, manadas de troles entrenados para obedecer al grito del amo… etc. Una muestra de ello es que cuando se les pide explicaciones sobre un hecho concreto nunca responden directamente, no argumentan: primero insultan y luego acusan a quien les acusa, cambian la dirección del discurso a temas polémicos en relación a sus contrarios. Hacen como el pulpo: expelen una nube de tinta que oscurece el entorno y les permite escapar.

Finalmente, una de las formas más sutiles de ocultamiento de la propia corrupción es expandirla untando a todos: el corrupto corrompe a quienes tiene a su alrededor, con preferencia de jueces y policías y así se asegura de que nadie le va a denunciar pues haciéndolo se hundiría a sí mismo: de allí la proliferación de testaferros, anillos de “fieles” que defienden a los corruptos, funcionarios que extravían casos, bloquean investigaciones, dilatan infinitamente en el tiempo las causas, etc.

¿Y cuando falla todo lo anterior? Todavía queda una salida: blindarse legalmente y revestirse de honorabilidad. Ya sea que la coraza consista en comprar (con dinero o con influencia) inmunidad ante la ley o, simplemente, poner pies en polvorosa.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare