La más noble…

No cualquiera puede ejercer la Medicina adecuadamente, pues necesita una combinación poco común: un cerebro potente y un corazón blando.

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15 July 2016

En un texto de Medicina de los ochenta había un prefacio titulado La Medicina como profesión noble. Hablaba no del oficio sino del arte de ser médico, que necesita de las destrezas que se desarrollan durante el entrenamiento y, más importante, de la actitud y el espíritu con que se ejerce esta profesión. Las destrezas se adquieren, el espíritu se trae. No cualquiera puede ejercer la Medicina adecuadamente, pues necesita una combinación poco común: un cerebro potente y un corazón blando. 

Simplemente hay personas que nacen con el don de curar, y que solo lo perfeccionan con el estudio. Muchos médicos tienen en sí mismos un poder curativo, su sola presencia y su conducta ejercen un efecto beneficioso en los pacientes; los medicamentos que prescriben y los procedimientos que hacen son solo un complemento. Nunca debe subestimarse el papel de la sugestión en la práctica médica, tiene una influencia poderosa. El cuerpo y especialmente el cerebro cuentan con sus propios elementos curativos. Solo pensemos en el Sistema Inmune, que está muy influenciado por factores mentales. Los médicos que tienen este poder sugestivo logran que la respuesta inmune actúe como su aliado en el proceso del tratamiento.

Con más de veinticinco años de ejercer la profesión y pasado más de la mitad de mi vida en hospitales he conocido a incontables médicos de diferentes especialidades, y he visto de todo. Por supuesto que he conocido de casos de incompetencia, de displicencia, de pésima relación médico-paciente, en los que a primera vista se advierte que se equivocaron de oficio y que sencillamente Dios no los llamó para este camino. Pero también he visto, y me enorgullece decir que son más, médicos que literalmente han entregado su vida a la profesión más noble de todas. Porque la Medicina no es solo una forma de subsistencia, es una entrega completa.

He sido testigo de momentos muy especiales que prueban esta entrega y sacrificio, como la de una residente cenando con su paciente en la noche de Navidad, apartada de la celebración en otra parte del hospital; el de un joven médico que llevaba más de ocho horas dando ventilación manual a un enfermo moribundo y que no dejó que otro lo relevara; el de un prominente cirujano que extrajo un explosivo del cuerpo de un soldado (caso en el que también hay que reconocer al personal de Sala de Operaciones que voluntariamente le asistió), mientras se había dado la orden de hacer un perímetro de seguridad por el alto riesgo de explosión. De oncólogos y radiólogos que se exponen a la radiación, de intensivistas que dejan de asistir a los cumpleaños de sus hijos por estar al lado de sus pacientes en estado crítico, y que se les encuentra frecuentemente a las cuatro de la mañana a la cabecera de sus pacientes, mientras todos duermen. O a colegas psiquiatras que con una empatía y paciencia infinitas se encargan de dar alivio a personas que sufren, a pesar de tener sus propios problemas personales. Y así hay muchas historias y eventos de los que nadie o casi nadie se entera (son más noticia los casos de mala praxis) pero que para el paciente hacen un mundo de diferencia.

Con un par de días de retraso deseo felicitar a mis colegas por el Día del Médico, y los insto a seguir aquel precepto que dice: Curar, siempre que se pueda; aliviar, casi siempre; consolar, siempre. 


*Médico siquiatra 
y columnista de El Diario de Hoy.