Las naciones bálticas se recuperan de la servidumbre estaliniana

Pues “escoger” es la libertad esencial del hombre, que es escogiendo entre alternativas que va labrando sus rutas y sus destinos, lo que permite al intelecto creador llegar al punto donde cambia algo del mundo.

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Por Mirna Navarrete

03 July 2017

En 1992, al despanchurrarse el “glorioso Bloque Socialista de Naciones” que presuntamente iba a durar mil años, como el “Tercer Imperio hitleriano”, las tres repúblicas bálticas, Estonia, Lituania y Letonia lograron su independencia, después de estar sometidas por mil años a caballeros teutones, rusos, alemanes y suecos, sin que esté claro si antes daneses y mongoles interfirieron.

En ese lapso las tres repúblicas han reconstruido mucho de lo que se destruyó por los soviéticos, rescatándose centros históricos --Riga es un maravilloso escaparate de arquitectura “art noveau”, y al igual que Varsovia, con fotografías y pinturas de otras épocas edificios que habían sido casi demolidos se levantan hoy en día en su antiguo esplendor.

En las tres ciudades los centros históricos se cierran al tráfico, para facilitar su recorrido y disfrutar de su magnificencia; en una el viejo búnker de la KGB, el aparato represivo soviético, se conserva como museo de las persecuciones, torturas y asesinatos de opositores a la asfixiante superstición, que regulaba todo, desde las manifestaciones artísticas hasta literatura y música.

Y es en el arte donde más se evidencia el costo del totalitarismo: los artistas no tuvieron escuela, no lograron desarrollar sus propias visiones, por lo que mucho de lo expuesto en galerías de arte es de mediocre calidad, ensayos de aficionados casi. Pero “donde va el comercio” va la innovación, el dinero, las inversiones, la moda, el color, “la bulla”. En Estonia, más que en Letonia, grandes firmas europeas y estadounidenses operan ofreciendo todo lo que los consumidores pueden desear, permitiendo a una joven de cualquiera de los tres países bálticos ser tan chic y a la moda como una madrileña o milanesa.

Es esa una de las razones por las cuales en las dictaduras comunistas lo último en derrumbarse son las barreras al comercio interno, a permitir que la gente pueda escoger.

Pues “escoger” es la libertad esencial del hombre, que es escogiendo entre alternativas que va labrando sus rutas y sus destinos, lo que permite al intelecto creador llegar al punto donde cambia algo del mundo.

Hay gastronomía-ocurrencia en la zona pero también reviven lo de antaño

Hay áreas que van a la zaga de otras, siendo la gastronomía una de ellas, pues la gente tiene que sobrepasar los gustos, o falta de gustos impuestos, e ir aprendiendo a entender nuevos sabores.

De allí que el servicio sea muy lento, tomando horas lo que en restaurantes occidentales es relativamente rápido y en los de comidas exprés de veinte o treinta minutos.

Y en esto la improvisación se convierte en ocurrencia, como digamos al ordenar huevos a la ranchera al pobre comensal le sirven huevos sin tomate pero con pimientos faltando frijoles, pues el chef se cree libre para ensayar lo que se le cruza en la cabeza y bautizarlo con el nombre que le da la gana.

En Tallín los estonios han logrado revivir comederos a la usanza medieval con platos de hace quinientos años, que tienen gracia y recuerdan algunos restaurantes de Budapest y de Praga que también traen memorias de ultratumba, como, a su modo, el Caballo Rojo de Córdoba con ofertas medievales, islámicas y hasta de la época romana.

Por eso es un delito de “lesa historia” empeñarse en borrar por la fuerza instituciones, usos y logros de un pueblo, como el grupo en el poder ahora en El Salvador.