Paolo Lüers, lo he dicho más de una vez, es un columnista que vale la pena leer. Aunque no siempre coincido con sus planteamientos, reconozco que su estilo provocador consigue animar el debate público como muy pocos colegas articulistas lo hacen. Y eso es una ganancia para nuestra sociedad desde cualquier punto de vista.
Dicho lo anterior, sin embargo, y precisamente porque se trata de un columnista cuya lectura suele ser provechosa, Paolo es al mismo tiempo alguien a quien debe saberse refutar a tiempo, también desde el libre ejercicio de la opinión. Esa aguda tendencia a justificar el relativismo filosófico y moral, por ejemplo, es una característica suya que en algunas ocasiones he creído necesario adversar. Su inocultable desprecio contra las creencias religiosas ajenas, por otra parte, constituyen un rasgo de su personalidad que debe señalarse como contradictorio, porque está lejos —muy, muy lejos— de esa hermosa tolerancia que, en otras materias menos espinosas, él suele defender con tanto vigor y acierto.
El pasado 1 de julio, Paolo les escribió a ustedes para invitarles a acompañarle en una peligrosa mezcla de libertad y conciencia humanas, arquetípica de la corriente positivista de las ciencias jurídicas impulsada en su día por Hans Kelsen (1881-1973). Efectivamente, la visión kelseniana del poder atribuye al órgano legislativo un grado especial de legitimidad nacido de la democracia representativa, entendiendo que los valores objetivados por el legislador equivalen teóricamente a los valores de las mayorías representadas. De esta manera, como analiza a Kelsen un punzante jurista salvadoreño, Aldo F. Álvarez, “una norma jurídica es válida no por ser justa, sino exclusivamente por haber sido puesta por una autoridad dotada de competencia normativa (el legislador)”.
Para ver qué tan riesgoso es creer en estos postulados, cabe aquí recordar que Kelsen llegó a proponer a Poncio Pilato, el célebre procurador romano bíblico, como un “modelo de demócrata”, puesto que no esperó la respuesta de Cristo a su interrogante “¿Qué es la verdad?” y más bien corrió a preguntar a la muchedumbre apiñada en su patio qué debía hacer con aquel reo injustamente acusado. (Algo muy parecido a lo que Ángela Merkel, con el acrítico aplauso de Paolo Lüers, acaba de hacer en Alemania con el tema de los matrimonios entre personas homosexuales).
Siguiendo, pues, el “consejo” de Paolo, que sería el de aplicar al pie de la letra la lógica kelseniana —también digamos “merkeliana”—, ustedes tendrían que depositar en el voto mayoritario (praxis política) un criterio de decisión despojado de verdades o valores que le precedan, otorgando así al poder de turno (el apoyo mayoritario en una encuesta o la sumatoria coyuntural en el congreso) una fuente muy dudosa de valor y verdad moral.
Kelsen no admite ninguna fuente de verdad o de bien anterior a la que estipula la democracia en su concreción formal. De hecho —como Paolo suele hacer, creo que sin darse cuenta—, afirma prescindir de verdades o bienes estables por considerarlos propios del “absolutismo filosófico”, al que pretende contraponer la aspiración democrática (que, dicho sea de paso, no viene a ser sino otra forma de absolutismo, quizá más dañina y perdurable que la otra, porque pretende fundamentarse en la libertad humana).
Debido a esa paradoja entre la libertad más absoluta y la urgencia de prescindir de valores absolutos —tan sospechosos de “metafísica irracional” según el prejuicio positivista—, Cristo muere, en definitiva, “legalmente asesinado”. Hoy mismo, también con todas las de la ley, en otras partes del mundo “civilizado” están siendo asesinados millones de embriones humanos y las legislaciones “reivindicativas” son usadas para coartar las libertades de los ciudadanos no alineados.
Mi amigo Paolo Lüers es un aguerrido provocador y sus sugerencias suelen ser dignas de tomarse en cuenta. Pero él no es ningún filósofo del derecho ni un experto en moralidad humana. Por el contrario, gracias a “consejos” bienintencionados como los suyos, se están cometiendo graves injusticias en nuestro planeta.
*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.