El turismo no necesariamente se desarrolla por sí mismo, como son visitas a hermosas ciudades o monumentos históricos o artísticos de rango mundial, sino que es una industria que debe trabajarse y cuidarse para que rinda sus mejores frutos. Y este es el caso de Estonia, una de las tres repúblicas bálticas, que aprovecha un natural interés, ciudades espectaculares, playas en ciertas épocas, bosques, castillos feudales...
Y cruceros. Día a día, en los principales meses del verano, si es que verano pueden calificarse meses en que en ocasiones la temperatura es de veintiocho grados o puede ser de doce o nueve grados.
Pero para esos momentos de frío hay licores muy locales y agradables como el Vana Tallin, que calienta el cuerpo y alegra el ánimo.
El turismo de los cruceros está muy organizado. Llegan los enormes buques, ciudades flotantes, que alojan a centenares o miles de paseantes, que hacen parte de sus vidas en esos barcos y parte en tours de tierra, que los llevan a conocer, les preparan excursiones, los alimentan y al final del día los devuelven a sus barcos y la seguridad de muy buenas comidas de una ecléctica cocina.
Como un paréntesis, si bien los cruceros son muy cómodos, visitar países desde sus propios hoteles y calles es más enriquecedor.
Y para ello hay que ir con un buen libro guía en la mano, de sitio en sitio y descubrir por sí mismo lo que vale la pena ver, dónde se come bien y dónde lo mejor es pedir esa tumba de la antigua gastronomía italiana: las pizzas.
Tallin es una ciudad medioeval pero modernizada, con dos viejas catedrales, una de ellas en honor de Alejandro Nevsky, el fundador del ducado de Moscú, que derrotó a los mongoles (y que, según la leyenda, mandó a cegar a toda la comitiva que se presentaba año con año a cobrar tributo, dejando a uno con un solo ojo para que guiara al resto de vuelta a China).
El centro de Tallin está dominado por una gran plaza pletórica de restaurantes, algunos de los cuales simulan ser tabernas góticas iluminadas únicamente con antorchas donde los meseros visten como monjes.
Y los menús son en parte de viejos tiempos y dominan carne de caza, sopas muy elaboradas y vinos locales o europeos.
¡Pan y fantasía!
Mil maravillas tiene Estonia
que interesan a los visitantes
Los turistas van en grupos siguiendo una sombrilla y un guía que habla en un micrófono, que cada visitante escucha en un aparato colocado en su oído. Y así entran en templos, visitan castillos, recorren calles muy cuidadas y de hecho no tienen contacto alguno con los locales, lo que en todo caso sería muy difícil, pues el estonio es prácticamente incomprensible y los estonianos apenas hablan inglés, que es la lingua franca de nuestra época, aunque hay quienes hablan ruso, alemán o sueco, por si a nuestros lectores eso les resuelve el problema.
La gente es tranquila, bien parecida; la juventud muy bonita y de fácil sonrisa; todo es además nítidamente cuidado y durante el verano festivales cívicos que despiertan en la población el amor patrio, la convivencia y el destino común, además de sentirse parte de la comunidad báltica, sobre todo después de estar bajo la barbarie soviética y de otros conquistadores durante siglos.