Turismo en Estonia se basa en grandes cruceros

Tallin es una ciudad medioeval pero modernizada, con dos viejas catedrales, una de ellas en honor de Alejandro Nevsky, el fundador del ducado de Moscú, que derrotó a los mongoles.

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Por Mirna Navarrete

02 July 2017

El turismo no necesariamente se desarrolla por sí mismo, como son visitas a hermosas ciudades o monumentos históricos o artísticos de rango mundial, sino que es una industria que debe trabajarse y cuidarse para que rinda sus mejores frutos. Y este es el caso de Estonia, una de las tres repúblicas bálticas, que aprovecha un natural interés, ciudades espectaculares, playas en ciertas épocas, bosques, castillos feudales...

Y cruceros. Día a día, en los principales meses del verano, si es que verano pueden calificarse meses en que en ocasiones la temperatura es de veintiocho grados o puede ser de doce o nueve grados.

Pero para esos momentos de frío hay licores muy locales y agradables como el Vana Tallin, que calienta el cuerpo y alegra el ánimo.

El turismo de los cruceros está muy organizado. Llegan los enormes buques, ciudades flotantes, que alojan a centenares o miles de paseantes, que hacen parte de sus vidas en esos barcos y parte en tours de tierra, que los llevan a conocer, les preparan excursiones, los alimentan y al final del día los devuelven a sus barcos y la seguridad de muy buenas comidas de una ecléctica cocina.

Como un paréntesis, si bien los cruceros son muy cómodos, visitar países desde sus propios hoteles y calles es más enriquecedor.

Y para ello hay que ir con un buen libro guía en la mano, de sitio en sitio y descubrir por sí mismo lo que vale la pena ver, dónde se come bien y dónde lo mejor es pedir esa tumba de la antigua gastronomía italiana: las pizzas.

Tallin es una ciudad medioeval pero modernizada, con dos viejas catedrales, una de ellas en honor de Alejandro Nevsky, el fundador del ducado de Moscú, que derrotó a los mongoles (y que, según la leyenda, mandó a cegar a toda la comitiva que se presentaba año con año a cobrar tributo, dejando a uno con un solo ojo para que guiara al resto de vuelta a China).

El centro de Tallin está dominado por una gran plaza pletórica de restaurantes, algunos de los cuales simulan ser tabernas góticas iluminadas únicamente con antorchas donde los meseros visten como monjes.

Y los menús son en parte de viejos tiempos y dominan carne de caza, sopas muy elaboradas y vinos locales o europeos.

¡Pan y fantasía!

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Los turistas van en grupos siguiendo una sombrilla y un guía que habla en un micrófono, que cada visitante escucha en un aparato colocado en su oído. Y así entran en templos, visitan castillos, recorren calles muy cuidadas y de hecho no tienen contacto alguno con los locales, lo que en todo caso sería muy difícil, pues el estonio es prácticamente incomprensible y los estonianos apenas hablan inglés, que es la lingua franca de nuestra época, aunque hay quienes hablan ruso, alemán o sueco, por si a nuestros lectores eso les resuelve el problema.

La gente es tranquila, bien parecida; la juventud muy bonita y de fácil sonrisa; todo es además nítidamente cuidado y durante el verano festivales cívicos que despiertan en la población el amor patrio, la convivencia y el destino común, además de sentirse parte de la comunidad báltica, sobre todo después de estar bajo la barbarie soviética y de otros conquistadores durante siglos.