Pararlos en seco

¿Por qué aceptan insertarse en el juego democrático, reconocer el Estado y sus instituciones, constituirse en partido político, apoyar una forma de economía que según sus creencias más básicas es, por decir lo menos, injusta?

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22 July 2016

Para un marxista, las únicas relaciones sociales posibles en la humanidad son las que vienen determinadas por la explotación: los ricos, los dueños de los medios de producción, explotan a los pobres, a quienes desposeen no solo del fruto de su trabajo, sino de su misma humanidad: los alienan. 

Estructura, llama Marx a esa relación de explotador-explotado. La denomina así porque constituye la armazón fundamental, la base, que cimienta el capitalismo. Es una organización económica en la que se enquista la propiedad privada, y separa los seres humanos en capitalistas y proletarios, o si se quiere, en clase capitalista y clase proletaria. 

Marx se pregunta ¿por qué una situación, a todas luces, extremadamente injusta, y al mismo tiempo tan sembradora de explotación y desigualdades no salta por el aire; por qué no solo respetamos, sino que buscamos tesoneramente la propiedad privada; por qué aceptamos de buen grado vivir en una organización social que promueve marginación y explotación? ¿Será que ni los explotadores ni los explotados son conscientes de su situación? Y si eso es así, ¿cómo se llega y se perpetúa tal condición?

La respuesta la encuentra en que la estructura, las relaciones de producción que engendran capitalistas, explotadores, riqueza y pobreza, exclusión y desigualdad, está legitimada y sostenida por una superestructura, que se encarga de que nada afecte la armazón económica que sostiene todo, y que de algún modo disimula y hace “invisible” la explotación reinante. 

Para los marxistas, la superestructura consiste en que la sociedad se organiza políticamente por y al servicio de los explotadores, de los capitalistas. El Estado y sus instituciones, las leyes, las tradiciones, la educación, la cultura, el arte, etc.; es decir, todo lo que nos mantiene comportándonos de un modo determinado en la vida social, es una construcción de los explotadores destinada a mantener a los explotados en el profundo y opiáceo sueño que impide que se alcen en armas y revolución, y que permite a los privilegiados perpetuar y fomentar su status quo, su injusto lugar en la sociedad.

Así, por ejemplo, si no respetáramos la propiedad privada, y tomáramos para nuestra necesidad bienes ajenos, no nos condenarían solo las leyes vigentes, sino también nuestra propia conciencia, forjada y tallada por la ideología capitalista en la que vivimos imbuidos como los peces en el agua, y como ellos, inconscientes de nuestra condición. 

A resultas de todo lo anterior, vivimos en un engaño continuo: no somos libres ni iguales, no tenemos derechos ni libertades, por mucho que lo diga la Constitución. Al fin del cuento somos víctimas de un engaño, piezas de un mecanismo perpetuado por una superestructura invisible pero real. 

Entonces ¿por qué aceptan insertarse en el juego democrático, reconocer el Estado y sus instituciones, constituirse en partido político, apoyar una forma de economía que según sus creencias más básicas es, por decir lo menos, injusta? La respuesta puede ser doble: porque son marxistas de pacotilla; o porque siendo marxistas de ley, engañan, y quieren reventar desde dentro la sociedad capitalista, el Estado de derecho y la institucionalidad, el orden. 

Quizá podemos encontrar aquí explicación al doble discurso últimamente tan de moda, y al mismo tiempo de la manera como hoy dicen una cosa y mañana la contraria: lobo feroz para los correligionarios, demócrata conciliador para los que no piensan como yo. 

De ahí la rebeldía manifiesta contra la Sala pues, ¿cómo plegarse a sentencias y disposiciones que emanan de la quintaesencia de la superestructura, triquiñuelas legales cuya única finalidad es mantener injustamente sometidos a los explotados? No. No es posible. Es necesario “parar en seco” a estos señores… como declaraba la semana pasada un significativo líder de la izquierda local. 


*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare