La trampa “trans”

Si no hay que dejarse condicionar por lo que a uno se le “asignó” en el nacimiento, ¿habrá que aceptar también los derechos de esos otros trans, atrapados en una nacionalidad, una raza o una cultura, en la que no se reconocen?

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03 June 2016

Está de moda, todo el mundo lo repite, y hasta ya fue reconocido “oficialmente” por el gobierno en los Estados Unidos: uno puede rechazar el género que se le asignó en el nacimiento, para escoger el que en realidad le “corresponde”. 

La idea clave es que en las personas no hay identidad entre sexo genético y género cultural, sino que las preferencias de los papás, el capricho del que nos inscribió en el registro civil, o la distracción del médico que nos recibió en el mundo, hicieron que ser hombre o mujer no sea una cuestión de reconocimiento, sino de asignación arbitraria. 

En el pasado, el género de un bebé se reconocía, ahora parece que no, que se impone… Ese es, precisamente, el problema que las nuevas reglas sociales (impuestas, por cierto), intentan resolver: diga lo que diga la genética, hay que aceptar so pena de muchas complicaciones legales y culturales, el sexo que una persona reconoce como suyo. 

Si lo anterior fuera cierto y tuviera fundamento más allá de los convencionalismos ¿por qué dejar el privilegio humano de apelar a lo “trans” únicamente a la identidad sexual? Por qué no reconocer el derecho de rebelarse también contra la naturaleza no solo en lo que respecta al sexo, e incluir en los nuevos derechos poder escoger también raza, lugar de nacimiento, nacionalidad, padres, enfermedades hereditarias que padeceremos, hermanos, estatura, color de los ojos, etc. 

Está claro que muchos no están contentos con sus características físicas, con sus padres, con su nacionalidad… pero de ahí a reclamar como un derecho que se reconozca la legitimidad de sus deseos con la misma vehemencia con la que en otras latitudes hay adolescentes pidiendo un tratamiento hormonal para su cambio de “sexo”, queda todavía mucho por recorrer. 

Si se reconoce que no son los cromosomas los que determinan la diferenciación sexual, ni siquiera la cultura, sino la autodeterminación de los interesados, ¿habría algo más injusto que las posibilidades de desarrollo de cada uno queden limitadas por el país de nacimiento? ¿No deberían tutelar las autoridades norteamericanas el derecho de los salvadoreños que reniegan de su nación y quieren ser ciudadanos de ese país con la misma eficacia con que promueven el derecho a la transexualidad?

Si alguien se siente gringo, vive en Estados Unidos, se ha labrado en ese país su presente y su futuro ¿Qué más da que haya ingresado de manera ilegal, o que haya nacido en Tepecoyo, si a fin de cuentas ya se reconoce a sí mismo como norteamericano? ¿Por qué no tiene el mismo derecho de nacionalizarse, como lo tiene un norteamericano que pone el grito en el cielo porque no lo dejan entrar en el baño de mujeres cuando, a pesar de que a ojos vistas es un hombre, él, en realidad, se “sabe” señora?

Si se apela al sufrimiento (argumento preferido por los que promueven la causa de las personas transgénero), está claro que lo que padece un transnacional centroamericano viviendo ilegalmente en los Estados Unidos, no se compara lo que sufre un transgénero norteamericano porque no se le permite utilizar los baños de su preferencia. 

En definitiva… por qué parar con la moda del “trans” en lo que se refiere a la sexualidad. Por qué no seguir con la transnacionalidad, la transracialidad, el transanimalismo (personas que en realidad son animales encerrados por la cultura en cuerpos humanos), etc.: si no hay que dejarse condicionar por lo que a uno se le “asignó” en el nacimiento, ¿habrá que aceptar también los derechos de esos otros trans, atrapados en una nacionalidad, una raza o una cultura, en la que no se reconocen?

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare