Aplaudidores de compañía

Estos seres dedicados a endulzar el oído de políticos y hacerles creer que todo lo que hacen está siempre superbien. Que no pueden equivocarse.

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07 June 2016

Por muchos años he disfrutado de leer periódicos y nunca dejan de llamar mi atención ciertas curiosidades en ellos contenidas.
 
Hace muchos años, por ejemplo, estaba en Guatemala de visita por un fin de semana. Era yo solo un niño y en un momento de descanso, probablemente después de alguna comida o una sesión de juego con mis primos, me refugié en la lectura de un diario local.
 
Como era costumbre para mí en ese tiempo, exploré todos los rincones de ese delgado cuadernillo tatuado de historias, dramas, resúmenes de eventos sociales y crónicas deportivas. Y algo inusual llamó poderosamente mi atención:

Guatemala vivía los primeros meses de algo que denominaban “paz firme y duradera”. Se respiraba algo de optimismo en el tabloide y analistas internacionales daban sus valoraciones sobre un proceso que yo no terminaba de comprender. 

Sin embargo, a mí lo que me atrapó fueron los clasificados (esa parte de un periódico que muy poca gente lee con atención, salvo que esté buscando algo en concreto y la parte que difícilmente un niño encontrará interesante). En esta sección noté una llamativa tendencia a un tipo de aviso que a mis pocos años no registraba. Decían algo así como “Señorita de buen aspecto y 25 años ofrece masajes y compañía. Solo diplomáticos, ejecutivos y extranjeros”.
 
No entendí de qué iba el llamado y en un repunte de candidez, pregunté a un adulto que estaba cerca. Malabareando sus palabras y sin entrar en detalles -lo cual hoy le agradezco- logró contarme que esas eran “damas de compañía” que, precisamente, acompañan a estas personas que posiblemente no tienen familia en el país.
 
“¡Qué oficio tan noble!”, pensé. “¡Deben sentirse muy solos, no tienen con quién hablar después de cada cena y quién les recuerde que son valiosos!”. Sentí mucha pena y quizá hasta un poco de empatía por estos supuestos diplomáticos, ejecutivos y extranjeros a quienes les dirigían el anuncio. 

 Bastantes años después y con un poco menos de esa inocencia, me encuentro nuevamente rodeado de periódicos y me sigo viendo envuelto por temas que atrapan mi curiosidad. 

Uno en particular es la enorme vanidad de los políticos alrededor del mundo -y ciertamente en nuestro paisito también. Al parecer harán lo imposible por sentirse validados, poniendo la sustancia en segundo plano y confiando casi exclusivamente en su popularidad. Aparecer y parecer, siempre más que ser y hacer. 

Pero este espectáculo no estaría completo sin una audiencia. Sin leales personajes que sin importar lo que el político haga se desviven por defenderlo, así sea insensato lo que está diciendo. ¡No importa! Que siempre quede bien parado y todo aquel que lo critique, debidamente humillado.
 
Y entonces, ya sea frente a una tarima celebrando un aniversario de gobierno o desde las redes sociales defendiendo las ocurrencias de cualquier funcionario (como su elección de calcetines o que decida comer una cucharada de nosequé en televisión nacional), aparecen los aplaudidores de compañía.
 
Estos seres dedicados a endulzar el oído de políticos y hacerles creer que todo lo que hacen está siempre superbien. Que no pueden equivocarse. Que sus magnas e inmaculadas intenciones solo son superadas por sus innegables resultados. Que no siempre llegan voluntariamente, que a veces tienen un salario pero su pasión no se disminuye.
 
Por un segundo siento un leve asquito y algo de vergüenza al ver de qué va nuestra política y a las argucias que han considerado para validarse. Pero luego me ablando y pienso para mí mismo:

“¡Deben sentirse muy solos, no tienen con quién hablar después de cada cena y quién les recuerde que son valiosos!”. 

Vuelvo a sentir pena y empatía, ahora por estos políticos. Qué noble oficio el de los aplaudidores de compañía. Llevando validación y afecto al que pocas veces la encuentra de forma natural.
 

*Columnista de El Diario de Hoy.