Desde el primer momento en que se supo la noticia de la espantosa matanza en el club nocturno de Orlando, al revelarse que había sido obra de un solo individuo, que se trataba de un local de encuentro de personas no heterosexuales, y que el asesino había actuado supuestamente sin colaboración de otros pero aparentemente por motivaciones de fanatismo, uno se pregunta ¿qué pasaba por la cabeza del empleado de una agencia de seguridad que cometió ese asesinato masivo?
Si bien es muy difícil saber lo que Omar Mateen pensaba en el momento de la masacre; las causas de su comportamiento, lo que tenía en su corazón queda claro: odio. Sin embargo, también aquí hay incertidumbres: qué odiaba tanto que le llevó a cometer tal atrocidad ¿las personas no heterosexuales? ¿La cultura americana en general? ¿A su padre? ¿A sí mismo?... Quizá nunca se sepa.
En caliente, la discusión se centró en si había sido un crimen motivado por homofobia o un atentado terrorista contra Occidente. La primera hipótesis estaba alimentada por el lugar en que fue perpetrado y la orientación sexual de las víctimas, mientras que la segunda se avivó cuando se comprobó que el asesino tenía raíces familiares en Afganistán, y que en un momento de la noche del crimen reivindicó sus acciones en nombre de una facción del extremismo musulmán.
Sin embargo, en el rompecabezas hay piezas que no encajan. Según lo que se ha ido sabiendo, Omar mismo frecuentaba el Club Pulse y habría hecho uso habitual de una aplicación informática utilizada por personas no heterosexuales para relacionarse. Su madre no aparece en ninguno de los testimonios publicados, y su padre era sumamente estricto y exigente con él. Hay testigos que dan testimonio de que Omar frecuentaba Pulse para hacer citas con otros hombres, y compañeros de estudios que afirman que era homosexual. Además, al investigar la actividad digital del asesino, han salido a luz citas y contactos con hombres homosexuales; al mismo tiempo que no se han encontrado indicios de que fuera parte de alguna de las facciones extremistas que promueven la yihad.
La peor masacre perpetrada por una sola persona en los Estados Unidos está dando mucho de qué hablar. El lobby LGBT ha hecho manifestaciones de repudio a la matanza y adhesión a las víctimas; algunos políticos han hecho énfasis en la endeble seguridad interna y en la ineficacia del gobierno para proteger a sus ciudadanos; otros –los interesados en resaltar la condición o inclinación sexual de las víctimas– también llevan agua a su molino y alegan que las personas de las minorías siguen perteneciendo a grupos de riesgo; los partidarios de la restricción de compra y uso de armas han puesto el grito en el cielo… etc.
Sin embargo, por lo visto, pocos han puesto la mirada en la persona, y menos han intentado comprender ahondando en las condiciones sociales, económicas, culturales, familiares, religiosas, concomitantes. A medida pasa el tiempo cada vez parece más necesario ir más allá del islamismo radical, la homofobia o la ausencia de control sobre las armas, para tratar de entender los motivos del horror.
Su primera esposa lo tiene claro: “era un enfermo mental, estaba evidentemente perturbado” declaró. Si Omar tenía inclinaciones homosexuales, y era hijo de un padre estricto y radical en sus juicios, y que, además, había publicado recientemente en Facebook un video en el que dice sin ambages que “Dios castigará a los implicados en la homosexualidad, porque es un tema que no corresponde a los humanos” ¿no será que a fin de cuentas la presión fue insoportable para el asesino y le decantó a cometer tan horrible matanza? Quizá nunca se sepa.
* Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare