Todos tenemos presente la deplorable matanza en la discoteca Pulse en Orlando, Florida, la cual fue descrita como un acto de terror por el Presidente estadounidense, Barack Obama. Al igual que este hecho, son difíciles de olvidar otros actos terroristas, algunos más o menos recientes, como los atentados en las Torres Gemelas, los asesinatos en París en noviembre de 2015 y tantos coches bombas que radicales islámicos estallan en lugares de gran concurrencia, como mercados e iglesias en el Oriente medio y en África, por solo mencionar algunos ejemplos.
La avalancha de información, junto con la violencia, trae numerosos retos a los medios de comunicación, aún más cuando se trata de terrorismo. No es lo mismo informar sobre un accidente vehicular en el que hay varios heridos, a publicar noticias de un kamikaze que se estalló en nombre de Alá. En ambos hechos tenemos muerte y se prestan para el sensacionalismo, y, sin embargo, son hechos de naturaleza muy distinta.
El terrorismo es una acción violenta con la que se busca la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad para intimidar adversarios o a la población en general. Por eso, toda acción terrorista tiene una naturaleza comunicativa y propagandística. R. G. Picard, en el texto “Press Relations of Terrorist Organizations” explica que los terroristas buscan “obtener publicidad sobre su existencia y sobre lo que desean, quieren adquirir legitimidad, estatus o al menos un sostenimiento moral (…) además de desencadenar un efecto cadena en el que otros se unan a sus causas o forzar a las autoridades a la negociación”.
En definitiva, es un hard power (convencimiento coercitivo) que utiliza el soft power (aquel por el que se busca inducir a otros a actuar, sin necesidad de la fuerza; muchas veces usando a los medios de comunicación).
Es por eso que los terroristas buscan que sus acciones tengan valor noticioso con la espectacularidad o por la importancia de sus víctimas, cuentan siempre con un soporte comunicativo, eligen fechas y lugares simbólicos, reivindican los actos y dan declaraciones a los medios de comunicación.
Este tipo de hechos son de interés para la población, pero, sabiendo que el terrorismo tiene una fuerte carga propagandística, los medios no podemos caer en su juego del terror. Además de los cuidados ordinarios con la información en casos de violencia –verificación y sensibilidad con las víctimas, entre otros- el autor Miquel Alsina, en su libro “Los medios de comunicación ante el terrorismo”, propone dos formas de tratar estas noticias. Ambas presuponen la libertad de expresión y son más bien una especie de autocensura. Asimismo, exigen cierta capacidad analítica y valorativa del periodista.
Lo primero que plantea Alsina es el “tratamiento selectivo de la información”. Los medios deben romper la neutralidad en el juicio (entendida como la indiferencia en la que, en aras de la “objetividad”, delitos y acciones loables no se pueden distinguir ni juzgar, pues debe haber “balance”), informando para favorecer una conciencia antiterrorista, evitando el sensacionalismo, usando un lenguaje diverso al de los terroristas y evitando eufemismos. Tampoco es necesario difundir íntegros los elementos propagandísticos como comunicados o entrevistas.
La segunda forma es el “tratamiento antiterrorista”, la cual puede adoptarse en situaciones extremas, cuando el terrorismo se vuelve insoportable para un grupo o una nación. Aquí se trata de generar una opinión pública de repudio hacia los terroristas. ¿Cómo? Destruyendo la buena reputación de los terroristas, señalando la inhumanidad de sus actos; bajando importancia de las noticias de este tipo, relegándolas a páginas secundarias o con menos espacio y dando mayor relevancia a la labor de las fuerzas de orden público.
*Periodista.
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