Señor, usted sufrió una especie de cortocircuito en su corazón y una pequeña parte le quedó chamuscada…
Esa fue la manera más sencilla en la que me explicaron una “cardiopatía isquémica” que me sacó de base por varios días.
Uno sabe cómo puede iniciar una afección cardiaca, pero no cómo va a terminar.
Es espeluznante cuando de repente comienza una taquicardia incontenible y el corazón manda todas las señales de alerta posibles: mareos, escalofríos, sensaciones de vómito, dolor de estómago y el desvanecimiento hasta que, por más que uno quiera, ya no tiene control sobre sí.
“Ya comprometí –por no decir otra cosa – mi corazón”, decía para mis adentros, pensando en lo peor, sobre todo cuando los síntomas crecían y veía borroso.
Pero ese no es el inicio. El episodio prácticamente arrancó cuando comencé a comer sin control y llegó el sobrepeso, cuando no cumplí con mis horas de sueño, cuando no tomo mis medicamentos si soy hipertenso, cuando me preocupo o me complico innecesariamente por las cosas.
Realmente el patatús es la parte intermedia, si no la final. Es el resultado de algo que se ha venido gestando por años y que puede ser irreversible, que nos deja a merced de otros, sin que podamos hacer nada. Y me recordé del pasaje del Evangelio cuando Jesús le dice a Pedro: “Cuando tú estabas joven, te ceñías e ibas para donde querías, pero cuando estés viejo, otro te ceñirá y te llevará para donde tú no quieras”, como diciéndole de qué manera iba a morir, martirizado en una cruz invertida en la Vía Apia, en las afueras de Roma.
Y eso ocurre: quedas en manos de médicos, paramédicos, familiares, medicamentos, resultado de exámenes, nuevas fallas o secuelas y poco puedes hacer para cambiar tu destino. El diagnóstico: una arteria se me tapó, pero por la misericordia de Alguien se me volvió a abrir casi de inmediato. Sin embargo, ¿qué hubiera pasado si esto último no hubiera ocurrido?
También en esos momentos de incertidumbre surge un repaso de la vida y me recordé que Mohamed Alí, el campeón que murió precisamente hace unos días, decía que “el servicio que haces por los demás es el alquiler que pagas por tu habitación aquí en la Tierra”. Y yo, ¿hice lo suficiente?, pensaba para mí.
Mientras yo estaba convaleciente en el hospital, veía por televisión las honras fúnebres de quien un día llegó a parecer invencible y que hasta “volaba como Superman”, pero que no pudo con el Parkinson y otros males.
Y eso es lo que nos ocurre a nosotros: llegamos a creernos invulnerables a la enfermedad y al cansancio, pero después el organismo nos pasa la factura.
Esos momentos también son un filtro para todo lo que está demás, comenzando por la grasa y siguiendo –sin remordimientos-- por quienes no le aportan nada a tu vida; soltar las cargas innecesarias, lo que no sirve o lo que te quiere amargar. A la inversa, qué gratificante es que tu familia, tus verdaderos amigos y la gente que te quiere salga al encuentro tuyo en ese trance. Por eso, después de la misericordia del Colocho, valoro y agradezco profundamente la preocupación, el interés y las atenciones de mis superiores, mis compañeros, médicos y paramédicos en el Grupo Editorial Altamirano, en el Policlínico de Zacamil del ISSS y en el Hospital de la Mujer.
Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. En un momento podemos sentirnos encumbrados y blindados –como muchos que se llenan de soberbia y se creen sobrados para dañar a otros--, pero en un segundo todo puede venirse abajo.
Gracias a Dios, tras los sustos y dos hospitalizaciones, este no fue final sino un punto de partida para una vida más saludable, más moderada, para ser mejor persona cada día extra que se me ha concedido, para convertir esta prueba en una victoria. Sigo de pie y avanzo sereno.
Cuando empezaron a normalizarse mis signos y mi presión en el hospital, recordé aquellas noches de sábado de fiestas con música disco alternadas con las peleas de Alí contra Frazier, Foreman, Norton y otros en los 70 en la TV, cuando yo era un adolescente de pantalones acampanados y pelo echado hacia atrás y comencé a cantar en mi interior con Gloria Gaynor: “¡Yo sobreviviré!...”.
¡Qué bendición es no tener que morir para volver a vivir!
*Editor Subjefe de El Diario de Hoy