Una de las trabas más importantes del progreso social es la omnipresente manía de fijarse más en el quién que en el qué de todo lo que pasa.
En la política y en los hechos de los políticos, y en el modo como estos son tratados por los medios, local e internacionalmente, se nota más: se tolera con una sonrisa cómplice, o al menos de “comprensión” las barrabasadas de los que representan el pensamiento progresista, políticamente correcto, y se recibe con una abierta desaprobación, sino condena, cualquier cosa que haga el que piensa (y no se diga si hace) diferente a lo “decente” o políticamente aceptado.
En el ambiente relativista y sesgadamente comprensivo en el que se mueven hoy día las principales corrientes de pensamiento, se puede abogar por la tolerancia y el diálogo, traer a cuento intereses más altos: la pachamama, las mayorías, la paz… pero a la hora de las horas, en la política concreta, ante situaciones como las reivindicaciones del feminismo radical, el cambio climático o la imposición de la teoría de género, suele aparecer un cierto brillo en los ojos de los contendientes y un sentido casi tribal de pertenencia, que hace que pueda más la adrenalina y la testosterona que el pensamiento y la razón. Si no es que gana la partida la pura y dura matonería y el insulto.
Con respecto a lo dicho —para muestra un botón—, escribía recientemente una periodista refiriéndose al modo en que los medios de comunicación internacionales tratan los hechos y dichos del actual presidente en los Estados Unidos y los de su antecesor: “Obama podría ahogar gatitos que la prensa encontraría una justificación encantadora para su conducta, mientras que Trump puede salvar a un huérfano de ahogarse que encontrarán el modo de inculparle”.
No hay duda de que Trump tiene en ocasiones actitudes y posiciones odiosas, que alimentan el fuego de la crítica; como también es cierto de que Obama representó, y todavía lo hace, la quinta esencia del pensamiento progresista, el mismo que alienta las grandes cadenas de medios informativos. Una y otra posición son los ingredientes exactos para construir una visión en blanco y negro de la historia, de la política, del papel del ser humano en el planeta, etc. Insumos muy valiosos para una sociedad que más que estar informada necesita la sensación, el escándalo, el impacto… Que busca menos la verdad y más los “me gusta”.
Si algo caracteriza a la corriente principal de pensamiento en la actualidad, es que no está actuando con doble moral. Se tiene muy claro a quién atacar y a quien defender, sin importar de qué se esté hablando, sino únicamente quién tiene la palabra. Solo así se entiende, para seguir con el ejemplo que estamos utilizando, que ante lo mismo: vetar medios de comunicación concretos en conferencias de prensa o echar a andar políticas de extradición de inmigrantes ilegales, ante los mismos hechos, a los ojos del “mainstream” mediático, Trump sea un ogro y Obama un superhéroe.
Es verdad que en todo esto hay mucho de las cualidades personales de cada uno: Obama siempre sonreía, apuntaba cosas ingeniosas, decía lo que la gente quería oír y luego hacía lo que le daba la gana… mientras que Trump irrumpe en todas partes, avasalla, dice sus verdades fuerte y claro, es coherente y hace lo que dice que iba a hacer.
El pensamiento progresista raramente echa en cara a quienes defienden sus postulados las múltiples incongruencias en que caen. Es más, en un mundo en el que la veleidad y la falta de compromiso están al alza, no hay que extrañarse que a muchos eso de la coherencia, la fidelidad a unos principios, la lealtad, les resulte insoportable.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare