El deseo de venganza ha acompañado a la humanidad desde tiempos remotos, tanto es así que las culturas antiguas tenían una “Lex Thalionis” o Ley del Talión, la cual por difícil que parezca cumplía una orden reguladora: “No más de un ojo por un ojo o un diente por un diente”.
Posteriormente, y debido a su directa correlación con la violencia, los filósofos de la antigüedad definieron el deseo de venganza como un acto irracional e inmoral. Ya en la modernidad los científicos en las áreas sociales sugirieron que la venganza debería considerarse como una disfunción psicosocial: psicológica pues su origen era precisamente la psique alterada del individuo que buscaba represalia y social debido a que las consecuencias de esta venganza, se observaban en la agresión a los miembros de la sociedad. De estas apreciaciones nacía el concepto de la “venganza como enfermedad” y se conformaba la idea de si las diferentes formas de represalia eran definitivamente una enfermedad, no había duda que el perdón debería ser la medicina. Y es sobre este binomio de “venganza-perdón” que se ha tratado de explicar por qué en algunos individuos la venganza queda solamente como un deseo y en otros termina llegando a los actos inmorales de agresión física, mental o moral a otras personas. Se ha propuesto que el desagravio, entendido como la reparación por el daño que se le ha causado a alguien, es un antecesor del perdón, aun cuando no todas las personas necesitan de este estadio para llegar al acto del perdón. Las respuestas a esto parecen estar en la dinámica familiar durante nuestras infancias y el contexto religioso-espiritual con el cual hemos nos hemos formado.
Los estudios han demostrado que el deseo de venganza es una alteración humana casi universal, es decir que todos los humanos en algún momento la hemos experimentado como deseo, pero que no todos hemos ejecutado como acción. La venganza inicialmente como deseo pero después convertida en acto, es el origen de muchas agresiones que los humanos infligimos a nuestro semejantes. Se estima que causa hasta el 20 % de los homicidios en el mundo, casi el 100 % de los crímenes pasionales, el 60 % de los tiroteos en las escuelas y se ha convertido en la razón principal esgrimida por los extremistas y fundamentalistas para reclutar nuevos adeptos.
Si concordamos que la venganza sea definida como una enfermedad, no hay duda que se comporta como una enfermedad contagiosa, esto debido a que desgraciadamente es de fácil transmisión, daña tanto a la persona que es ejecutor como a la víctima y potencialmente puede causar la muerte. Además el deseo de venganza se relaciona con indicadores negativos de bienestar físico y mental de las personas que la alojan en su ser, en cambio al perdón le corresponden eventos positivos. Si sufrimos de esta “enfermedad” y no tenemos una intención de cambio en nuestras vidas, el deseo de venganza seguirá siendo el mal que altere nuestros mecanismos internos llevando finalmente a arruinar nuestras vidas; con lo que estaríamos relegando al perdón que es la solución, a convertirse en una medicina difícil de implementar.
*Colaborador de El Diario de Hoy