Políticos incendiarios

Personajes incapaces de tramitar las diferencias políticas sin la ambición, y en varios casos sin el temor, de ganarlo o perderlo todo; que entran a la política no con el afán de servir, sino de acaparar todo.

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06 May 2016

A medida pasa el tiempo, y más personas terciadas por las redes sociales y los medios tradicionales de comunicación se incorporan a los debates públicos, queda claro que alcanzar acuerdos y proponer soluciones le gana indiscutiblemente la partida al viejo modo de hacer política: ese que ve en el que piensa distinto simple y llanamente, el enemigo; y no a alguien que complementa su visión del mundo. 

Sin embargo, todavía quedan algunos políticos convencidos de que su deber es aplastar los desacuerdos, anularlos del mapa ideológico para lograr unidad de pensamiento y así poder gobernar. 

Las duras, durísimas lecciones que esa actitud nos ha heredado, hicieron que el mundo civilizado tienda más a mantener los disensos dentro de lo razonable, que a meter presos a quienes disienten. 

Sin embargo, en algunos reductos, todavía es posible encontrar esos que llamo “políticos incendiarios”: personajes incapaces de tramitar las diferencias políticas sin la ambición, y en varios casos sin el temor, de ganarlo o perderlo todo; que entran a la política no con el afán de servir, sino de acaparar todo, copar las instituciones, reducir al rival a su mínima expresión. 

Son personajes que conciben la vida social como pura y dura lucha de clases, como juego de poder en el que todo aquello que posea el rival es porque a mí “me lo ha quitado”, que hace de las instituciones públicas trincheras que deben ser conquistadas, y mantenidas, a cualquier costo.

¿Quiere el lector identificar a un político incendiario? Cuente cuántas veces aparece la palabra “oligarquía” en su discurso; analice cuántas veces responde con razones a las razones, y no con insultos y descalificaciones; vea cómo los conceptos de tolerancia y moderación brillan por su ausencia no solo en su discurso, sino también en sus actuaciones; fíjese cómo confunde la aplicación de la justicia con “persecución política”, golpes de Estado y campañas desestabilizadoras. Mire cómo ataca los medios de comunicación. 

La cosa se complica cuando se considera que esos pirómanos nunca están solos: les acompaña siempre una masa de fervientes creyentes en el “unanimismo”. Personas ideologizadas que piensan que en las cosas políticas “todo el que piense distinto a nosotros, todo el que no esté unánimemente uniformado, es enemigo”. 

El domingo pasado tuvimos una buena muestra de lo que hace un político incendiario y del éxito que alcanza entre sus creyentes. Y también ocasión de ver tanto a los que reaccionaron insultando al ser insultados, como a los que al contemplar las consecuencias destructivas del discurso (en sentido literal), actuaron razonablemente. 

Si deseamos que la política sea un instrumento de progreso y no de atraso, deberíamos apoyar que deje de ser “la guerra por otros medios”, para que descubra su vocación instrumento para alcanzar disensos razonables. 

A fin de cuentas, los políticos que van a hacernos progresar no son los que fomentan el odio y la división; sino los que sabe leer los signos políticos de los tiempos. Líderes auténticos, capaces de comprender lo que quiere la gente que está fuera de su círculo de creyentes, aduladores y seguidores incondicionales.

Contra un político incendiario no puede triunfar otro de su misma especie. Y si lo hace, será una victoria pírrica, y por lo mismo, precaria. 

Los únicos que pueden enfrentar a esos pirómanos sociales son personas capaces de ponerse en el lugar de los electores, tomar en serio los argumentos de sus contrincantes, jugar limpio con las reglas institucionales (que son la base consensuada del juego democrático), manejar con transparencia su discurso y actuaciones, e incluir en la contienda los puntos valiosos de sus interlocutores, que para ellos son, sencillamente, políticos que piensan distinto, pero ya no más enemigos mortales. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare