El otro día estuve platicando con una señora que, al entrar al supermercado, se acercó a saludarme. A pesar de que hablamos como diez minutos, durante los cuales me retorcí el cerebro tratando de identificarla, y le hice algunas preguntas que me proporcionaran pistas, hasta el momento no tengo idea de quién era. En otra ocasión pasé media hora buscando mi carro en el estacionamiento de un centro comercial, mientras trataba de recordar la letra y el número pintados en una columna, justo al lado donde lo estacioné.
Muchas personas han tenido experiencias parecidas, en las que se termina poniendo en duda la integridad de nuestra memoria. No recordamos nombres, números, cosas que hacer. No sabemos dónde está el teléfono o en qué lugar pusimos un documento importante. Y no son pocos a los que estas experiencias les hacen sentir preocupación, imaginando que son los primeros síntomas del Alzheimer. Algunos incluso se van al Internet y buscan “trastornos de la memoria”, solo para entrar en pánico y concluir que son ya casos perdidos. Ya en un artículo anterior hablamos de los cuidados que se debe tener cuando se busca información médica en Internet. Si no se hace con la debida prudencia solo servirá para aumentar los temores.
El caso es que no. No todas estas vergüenzas y frustraciones que los olvidos nos acarrean indican un proceso demencial que va a todo galope. Sin negar que el Alzheimer y otras demencias son condiciones serias y que en ciertos lugares se han convertido en problemas de salud pública, la mayor parte de experiencias que se atribuyen a trastornos de la memoria no son graves… ni son de la memoria.
Con frecuencia lo que consideramos “olvidos” no son alteraciones de la capacidad para recordar sino de la atención. Una cosa es olvidar donde dejamos las llaves del carro y otra, muy distinta, es que no sabemos dónde están porque no pusimos atención en qué lugar las colocamos. Los problemas de la atención son en su mayoría el resultado de las muchas cosas en que tenemos ocupada la mente. Nada de qué asustarse.
Es también natural que mientras avanzamos en edad las capacidades cognitivas sufran cierto déficit. Si todo lo demás deja de funcionar a la perfección ¿por qué nuestra habilidad de recordar habría de ser la excepción? Algún deterioro debe ocurrir, sin que esto implique necesariamente algo grave. Si queremos retrasar este proceso natural, en lugar de alarmarnos mejor hagamos ejercicio, tanto físico como mental, que es lo que da mejores resultados.
Algo que generalmente no se sabe es que la mayoría de demencias degenerativas no comienzan con problemas de la memoria. Inician con alteraciones de la abstracción, que es la capacidad de extraer la esencia de las cosas. Si dejamos de comprender cosas que, por experiencia o formación, deberíamos comprender, entonces sí puede haber un problema. Pero debe ser algo relativamente sencillo o que siempre hemos dominado. No nos pongamos a probar nuestra abstracción con lecturas de física cuántica. Si no las entendemos no significa que nuestra abstracción esté fallando, sino simplemente que formamos parte del inmenso número de personas que no pertenece al círculo de los genios matemáticos. En el ambiente ajetreado y turbulento en que vivimos la ansiedad se genera fácilmente, y esto lleva a que, ante cualquier síntoma, se tienda a pensar lo peor. Así que relájese, solo considere que si comprendió este artículo no tiene de qué preocuparse.
*Médico psiquiatra
y columnista de El Diario de Hoy