Ignoro quiénes asesoran al diputado John Wright Sol, pero observo que le falta criterio en algunos temas complejos. Un buen ejemplo de esta carencia no solo lo encuentro en sus conocidas (y todavía no integralmente defendidas) posturas sobre el matrimonio “igualitario”, sino también en el más reciente mensaje que el joven diputado —imagino que con las mejores intenciones— hizo circular a raíz de un magnífico reportaje de El Faro sobre el uso de la llamada “partida secreta” durante los gobiernos de ARENA.
Insinúa el legislador Wright que los “errores” ligados al fenómeno de la corrupción política deben ser asumidos por el partido al que pertenece, como si las responsabilidades en estos casos tuvieran un carácter institucional antes que personal. Se cuida, sí, de pedir a los “involucrados” en estos hechos que reconozcan sus culpas, pero lo hace en el párrafo final de su mensaje, sin antes haber trazado claramente las diferencias entre una cosa y otra.
Al terminar de leer el bienintencionado texto del diputado Wright, y sobre todo por el orden de ideas que sigue, uno se queda con la sensación de haber caído en un especie de limbo: ¿Qué tipo de pecados debe asumir institucionalmente el partido y cuáles de estos se derivan de las responsabilidades puramente individuales de quienes ejercieron funciones públicas (areneros o no) durante sus cuatro administraciones?
Es claro que los estatutos de ARENA —igual que los del FMLN— no mandan a nadie a delinquir. Ninguno de estos dos partidos, por tanto, debe asumir culpas institucionales por los ladrones que hubo, hay y habrá en sus gobiernos. El gran fallo partidario no es la mera existencia de corruptos en sus filas o en sus administraciones, como si hubiera organizaciones en el mundo que, conformadas por seres humanos llenos de miserias, pudieran declararse completamente libres de este cáncer. No. El error fundamental de ARENA es haberse confundido, mezclado, mimetizado con las estructuras de poder gubernamental en lugar de haberlas fiscalizado y obligado a rendir cuentas, como era su deber.
Y de sus evidentes, manifiestos, irrebatibles fallos a la hora de asumir la tarea de ser un contralor leal de la función pública, tanto desde la oposición como cuando ha ejercido alguna autoridad gubernativa, ARENA sí no puede desligarse, ni quedarse tranquilo solo porque se abstiene de defender corruptos individualmente considerados. Si fue eso lo que John Wright quiso decir, entonces su mensaje necesitaba una mejor redacción. Hasta las más nobles causas, joven amigo, dan pie al oportunismo si se plantean en abstracto.
Y ya que también hablamos de responsabilidades históricas institucionales, quien tiene menos haberes que deberes en sus cuentas es el FMLN, incluso comparado con ARENA. El hoy partido oficial fue a la guerra y asesinó personas siendo fiel al marxismo, ideología que justifica el odio y la violencia. De las consecuencias terribles de su pasado guerrillero el FMLN no solo no se ha arrepentido, sino que las ha declarado con orgullo como una fase importante y objetivamente necesaria de su trayectoria. Si hubo “excesos”, como en sus cándidas memorias acepta el excomandante Leonel González, los hubo por rigidez, por descontrol, por un superávit de “celo”, pero no porque eliminar al adversario ideológico fuera algo moralmente reprochable en sí mismo.
En cuanto a culpas institucionales por delitos de corrupción, el actual partido de gobierno también acumula deudas innegables, por encima de las que puedan achacársele a sus adversarios. El FMLN ha defendido a capa y espada al expresidente Funes, procesado por enriquecimiento ilícito; sin presentar argumentos plausibles, ha otorgado blindajes diplomáticos a José Luis Merino y Sigfrido Reyes; ha recurrido a burdas triquiñuelas para tomarse por asalto importantes instituciones de diálogo tripartito… En fin. La lista es larga.
Los partidos, pues, no son institucionalmente responsables por la corrupción de personas concretas en sus gobiernos, sino por haber olvidado que al poder, incluso cuando lo ejerce un “correligionario”, hay que controlarlo siempre. ¡Siempre!
*Escritor y columnista de El Diario de Hoy