Muy tristemente, como nación, venimos “haciendo aguas” en educación desde hace ratos. Esto es muy triste y hay que hacer todo lo posible por remediarlo, con prisas y sin pausas. La buena noticia es que, en ese campo, no todo está perdido. Hay excepciones. Buenas y muchas.
Me interesa resaltar las constituidas por aquellos centros educativos, privados y públicos, capitalinos y departamentales por igual, que han sabido alcanzar y mantener niveles educativos respetables. Sus alumnos pueden competir de igual a igual -les toca hacerlo en pruebas de aprovechamiento académico - con sus pares de otras latitudes. ¡Y triunfan! ¿Cómo se explica?
Hay varias razones, enfoquémonos en una en la que raramente se piensa: en los directores. Aunque no suelen dictar clases, pues sus labores son básicamente administrativas, con seguridad, es hacia donde habría que dirigir nuestras miradas si queremos mejorar la eficacia de nuestros centros educativos.
Todas las organizaciones, sin importar el rubro al que se dediquen, tienen jefes, esas figuras que hasta en las más rancias empresas han ido mutando en sus funciones y estilos. Algunas organizaciones, las menos, tienen líderes, esa figura que, aunque esté muy de moda, en nuestro país, todavía son escasos. Todos los jefes tienen autoridad, pero cada jefe tiene su estilo y manera peculiar de ejercerla. Hace varios años, leí de un cartelito pegado en la pared de una oficina pública la siguiente máxima: “jefe que no abusa de su autoridad, no es jefe”. En educación, en las escuelas y colegios, la jefatura recibe el nombre de dirección. Hombres y mujeres por igual la desempeñan; hombres y mujeres por igual lo hacen bien o mal según sean los talentos que hayan desarrollado para comandar al equipo docente.
El año pasado, terminando de afinar el “Postgrado en Dirección escolar efectiva” para ISEADE, me di la agradable oportunidad de conversar con directores de instituciones educativas sobre las exigencias, tareas y facetas de la dirección escolar. Identificaron cinco dimensiones sobre las que dijeron basar su éxito: liderazgo, motivación, supervisión, autoridad y capacidad para gestionar recursos. Me impresionó la pasión que los entrevistados me transmitieron por la tarea que realizan. Es la misma tarea que han venido realizando desde hace no menos de quince años y, sin embargo, puestos a reflexionar, parecen renovarse e iniciar cada año con igual ardor. Sobre esos ejes se organizó el Postgrado que esta semana ha iniciado ya el segundo de los cinco módulos que lo forman. Monitoreando una de las clases del módulo anterior, salí convencido que es el camino correcto: cansados como debían estar esos cuarenta directores escolares por la hora en que se desarrollaba la sesión, se podía sentir el interés genuino, la experiencia aquilatada y la renovada pasión con que analizaban las exigencias y consecuencias para la vida diaria de la institución escolar de una Planificación Estratégica bien pensada y elaborada.
¡Nobles maestros! Rodeados como están de tantas limitaciones materiales, de indicadores negativos, de peligros, de dificultades que pudieran justificar un fracaso (¡viven en El Salvador de hoy, pues!), eligen enfocarse en sus responsabilidades como líderes de centros educativos.
Saben que trabajan, cada día, para ofrecer a sus alumnos la oportunidad única de adquirir una buena educación. Aunque el éxito de sus alumnos no depende solo de ellos, saben bien que si dejaran de ejercer su autoridad, de practicar su liderazgo, su capacidad de gestión o si cesaran de motivar a quienes lo necesitan, entonces sí que aquellos no tendrían ni siquiera esa ventana de esperanza.
Lo dicho: en educación ¡Ha llegado la hora de los directores! ¡Es la esperanza que, como nación, tenemos para mejorar la educación!
*Colaborador de El Diario de Hoy.