Aquel lejano día

Me reconforta pensar que lo conocí y recuerdo con agradecimiento algo que no saldrá en su biografía: “el día que mi papá trajo a Margarito a casa”.

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20 May 2016

Habré tenido ocho o nueve años. Estamos hablando de inicios de los setenta. En casa había brotado una epidemia, no recuerdo si era varicela u otra enfermedad contagiosa. El caso es que yo y dos de mis hermanos estábamos encamados con fiebre y malestar. Mi padre, buscando una forma de hacer más pasadera nuestra enfermedad, nos dio una sorpresa. Una mañana nos levantó de las camas y dijo que nos iba a presentar a alguien. Al verlo quedamos extrañados. Por su altura pensamos que era un niño, más o menos de nuestra edad, pero al fijarnos mejor vimos que tenía bigotes y cara de hombre adulto. Vestía de charro y tenía una guitarrita. “Niños, les presento a Margarito. Vino a cantarles”, dijo. Era Margarito Esparza, el famoso cantante y comediante mexicano, quien residió en El Salvador de 1970 a 1980.

Margarito nos cantó varias canciones y bromeó con nosotros. En el tiempo que estuvo en casa nos hizo olvidar la enfermedad y pasarla muy alegres. Por varios días fue nuestro tema de conversación. Y por muchos años recordamos “el día que mi papá trajo a Margarito a casa”.

Muchos años después le pregunté a mi padre cómo se le había ocurrido esa idea y cómo lo había conseguido. Dijo que el pequeño cantante aceptó la invitación al enterarse de tres niños enfermos que necesitaban algo que los reanimara. También me contó algo que hizo que el cantante se convirtiera en alguien para mí muy apreciado. Cuando mi padre se preparaba para llevarlo de regreso a su casa entró a su cuarto a recoger dinero. Le ofreció el dinero como reconocimiento a su tiempo y su actuación. A pesar de las insistencias de mi padre, no lo aceptó. Le dijo que por cantar a niños enfermos no cobraba.

He buscado en sus biografías y no se sabe con certeza qué lo hizo venir a El Salvador, ni qué fue lo que lo hizo regresar a México. En nuestro país trabajó con Aniceto y Paco Medina Funes e hizo otros programas para televisión. En sus últimos años en nuestro país cantó en La Praviana. A pesar de ser famoso nunca hizo dinero y vivió etapas de pobreza. En México hizo varias películas, entre ellas una con Tin Tan y otra con Xavier López, Chabelo. Sus contratos fueron inestables y nunca tuvo un trabajo fijo ni bien remunerado. Al parecer el dinero no le importaba mucho y era de fuerte temperamento. Le gustaba cantar a niños en los hospitales y, siendo pobre, abogó ante las autoridades por la gente necesitada. En sus períodos de mayor dificultad cantó en el Metro y en autobuses para mantenerse. Ni sus compatriotas ni los salvadoreños supimos apreciar el gran corazón que existía en ese artista que solo medía 70 centímetros.

Margarito murió el pasado domingo 15 de mayo, día de Pentecostés, en un hospital del Seguro Social de Puebla. Estaba trabajando en una carpa humilde. Días antes una lluvia lo empapó y pescó una gripe que se convirtió en neumonía. El sábado sufrió dos infartos, muriendo el día siguiente. 

Desde su regreso a México los salvadoreños poco supimos de él y muchos pensábamos que había muerto hace tiempo. Al leer sobre su muerte sentí tristeza por este hombrecito bueno. Me reconforta pensar que lo conocí y recuerdo con agradecimiento algo que no saldrá en su biografía, “el día que mi papá trajo a Margarito a casa”.

*Médico psiquiatra
y columnista de El Diario de Hoy