Tres cosas hay en la vida…

No dijo mentiras, fue claro, directo, franco pero respetuoso; como hay que dirigirse a los jóvenes si en verdad se quiere calar en ellos.

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Por Inés Quinteros

26 May 2017

Puedo imaginarlo terminando la tonada: “… salud, dinero y amor/el que tenga estas tres cosas/ que le dé gracias a Dios”. Y podría seguir, ¿no es cierto? “El que tenga un amor/que lo cuide, que lo cuide….” Obsérvese. Seguro que ya estaba marcando el ritmo con los pies o moviendo la cabeza rítmicamente de un lado a otro. Deténgase un segundo: ¿Cómo se siente? ¿Contento? Me gusta que lo esté. Es bueno para el espíritu. Cantar o tararear –aunque sea solo en la ducha– siempre ayuda a levantarnos el ánimo. Tenerlo arriba, el ánimo, siempre es bueno. Con música, como con el pan, las penas, son buenas (o son menos), según haya aprendido usted el refrán.

“Un ánimo recto, una vida feliz”. Escuché tantas veces esa frase en mi infancia que a veces la repito maquinalmente cuando me resulta difícil levantarme de la cama por la mañana o cuando debo dejar de hacer alguna tarea agradable para ocuparme en otra que no lo sea tanto, pero que debo terminar. ¿Usted también? Lo felicito. ¿Habrá reparado también que, una vez despierto o ya concentrado en la tarea que tenía que hacer, le parece menos difícil o le resulta más agradable?

El tema me había estado dando vueltas en la cabeza, había empezado ya el esbozo de este artículo cuando tuve la oportunidad, el jueves por la noche, de asistir a la charla de un joven hombre de Dios dirigida a los adolescentes presentes en la sala. La charla ligó de buena forma las dos ideas de los párrafos precedentes por lo que me permito resumirla. El buen hombre respira vitalidad y alegría, cualidades indispensables para poder conectar con los jóvenes; demostró un amplísimo conocimiento del argot, de las aficiones e intereses de los jóvenes de hoy. Apasionado por los deportes, había estructurado su charla “montándose” sobre ejemplos deportivos para hacer llegar más cercana a ellos la exigencia básica del cristianismo: esforzarse por servir y amar –con alegría– a los demás. “Un santo triste es un triste santo” había dicho, citando a Don Bosco, en la entrevista radial matutina que pude escuchar y que me decidió a ir.

Creo que consiguió bien lo que quería: motivar a los jóvenes para que no teman ser distintos, que no teman brillar, que no teman amar. Describió muy bien, con ejemplos que perdurarán en esas mentes juveniles, las tentaciones y dificultades que los circundan. No dijo mentiras, fue claro, directo, franco pero respetuoso; como hay que dirigirse a los jóvenes si en verdad se quiere calar en ellos.

Tan bien entregó su mensaje que, mientras salíamos del salón, escuché a una adolescente temprana decirle a la amiga que la acompañaba: “con este cura sí me dieron ganas de confesarme, creo que me entendería bien todo lo que le dijera”.

Me llamó particularmente la atención el llamado final que les hizo. Él es extranjero, pero colijo por sus palabras que no es la primera vez que visita nuestro país. Repitió su invocación principal “no teman brillar” pero lo ligó a la situación del país.

Lo parafraseo: “su país está pasando por una especial situación, tienen muchos y distintos problemas. Pero déjenme decirles que son especiales, El Salvador es un país especial. Por lo que he conocido, no me cabe duda que sabrán salir adelante. No me cabe duda que varios de ustedes serán parte de la solución” Interesante. ¿Qué ven con tanta facilidad los extranjeros en este país que tanto nos cuesta creerlo a nosotros mismos? ¿Qué es lo que ven? Respuesta: a nosotros, los salvadoreños. Es cuestión que nos decidamos a trabajar, con alegría pero tesoneramente, por nuestra grandeza.

* Psicólogo y colaborador de

El Diario de Hoy.