El nacionalista inteligente

Para ganar las elecciones en un país como Francia no basta la suerte, ni siquiera la audacia, es necesaria también la credibilidad. Macron tuvo las tres de su parte.

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Por Inés Quinteros

26 May 2017

El sentir más compartido en las encuestas previas a la segunda vuelta era algo como: “no es mi candidato, pero es la única alternativa que tenemos para no caer en el extremismo”… desde esa óptica, no es de extrañar que Emmanuel Macron resultara ganador de las elecciones en Francia.

A lo largo de la campaña, el candidato ganador sabía muy bien lo que hacía: apostó por el futuro y no por el pasado. Aunque procedía de las filas del desgastado partido socialista, supo reinventarse a tiempo y presentar a los electores una cara fresca y nueva. Encarnó la moderación, dejó de lado la confrontación y recondujo las esperanzas de la gente.

En su momento se le llegó a describir como un ex ministro de economía sin experiencia política. Sin embargo, el joven profesional de treinta y nueve años logró atraer la intención de voto apoyándose en un discurso inteligente, valiente y moderado.

Para ganar las elecciones en un país como Francia no basta la suerte, ni siquiera la audacia, es necesaria también la credibilidad. Macron tuvo las tres de su parte. Fillion (conservador), cayó en desgracia cuando se hizo público que había contratado ilegalmente a su esposa como asesora parlamentaria. A Hamon (izquierda) le pesó demasiado el partido; sus votantes se inclinaron por el joven candidato, quien se distanció de su pasado y formó su propio movimiento: “En Marche!” (cuyas iniciales coinciden, y no por casualidad, con las de Emmanuel Macron).

Tuvo la audacia de lanzarse sin partido, sin estructura política, sin dinero… De hecho anunció que para financiar parte de su campaña había hecho un préstamo personal de ocho millones de Euros, que prometió reintegrar al banco por vía de pago de deuda política. Cuando sus contendientes le acusaron de ser homosexual, para desprestigiarlo, dijo que no lo era, y que si lo fuera, no tendría reparos en afirmar esa condición, pues la Francia que proponía era inclusiva desde todos los puntos de vista. Golpes de audacia que encantaron a la gente, y aumentaron su popularidad y el rechazo a Le Pen, su contendiente en la segunda vuelta.

A partir de su experiencia empresarial, de sus propias convicciones, y de procesar la información recabada en miles de entrevistas que sus activistas realizaron por toda Francia a la gente común y corriente, Macron hizo afirmaciones tales como: “nuestro país no siempre ha valorado el éxito: aquellos que progresan suscitan una cierta forma de envidia o sospecha (…) Nosotros tenemos la necesidad de que nuestros ciudadanos se lancen, tomen iniciativas, incluso les ayudemos a recuperarse si fallan”, o: “No somos ingenuos. Sabemos bien que en la vida no se consigue nada por nada y que todo progreso, personal o colectivo, depende de ese esfuerzo que llamamos trabajo (…) En este mundo nuevo, cada uno debe encontrar su lugar. Y Francia tendrá el suyo si sabe liberar las iniciativas y al mismo tiempo proteger a las personas”… tesis que le llevaron a ser colocado en la curiosa categoría de social-liberal.

Por ese método se escapó del encasillamiento en que quiso encerrarlo Le Pen, quien le acusó de ser el candidato de la élite… Se presentó como uno más, como un francés más preocupado por el futuro de todos. Su nacionalismo no fue aislacionista sino de apertura: una nación que da cabida a todos, en lugar de una república que se cierra sobre sí misma, que era lo que proponía su rival político.

Macron, en definitiva no fingió ser lo que no era, fue auténtico: joven, lleno de energía, visión, y con un gran amor por Francia que supo revivir en sus conciudadanos. Supo leer entre líneas, explotar el descontento contra el statu quo político, apostar fuerte y terminar ganando.

* Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare