La prensa, bien gracias

Lo cierto es que los políticos --más allá de las ideologías-- ven a los medios de comunicación como el enemigo natural que los acecha en busca de la veracidad de los hechos.

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Por Mirna Navarrete

25 May 2017

Hace unos meses una de las proclamas más encendidas del entonces candidato presidencial Donald Trump era contra la prensa, acusando a la mayoría de los medios de fake news, o sea, de divulgar “noticias falsas”.

La propia Hillary Clinton responsabilizó en gran medida a los periodistas de su fracaso electoral. Hasta el día de hoy la ex Secretaria de Estado se queja de que el énfasis en los aspectos negativos de su persona o su gestión política contribuyó a la erosión de su imagen, por mucho que se empeñara en apuntar a la presunta colusión entre el entorno de su oponente y el Kremlin como uno de los factores determinantes en la desestabilización de su campaña.

Lo cierto es que los políticos --más allá de las ideologías-- ven a los medios de comunicación como el enemigo natural que los acecha en busca de la veracidad de los hechos. En el enmarañado ámbito de la política las filtraciones son el fantasma del que quieren huir los gobernantes, pues por medio de estas fuentes “anónimas” en muchas ocasiones se destapan las alcantarillas del poder, así como informaciones clasificadas que pueden poner en jaque las más delicadas negociaciones o maniobras de espionaje.

La paranoia habitual de Nixon se disparó cuando comprendió que había una “garganta profunda” que ayudaba a los legendarios reporteros Woodward y Bernstein a tirar del hilo del escándalo de Watergate. Muchos años después, desde el Departamento de Justicia el expresidente Barack Obama le hizo la guerra a los responsables de filtraciones, pero hoy su sucesor pretende extender esta ofensiva a la prensa que publica lo que altos oficiales y funcionarios revelan de manera anónima.

De acuerdo al memorándum que el exdirector de la CIA, James Comey, escribió en febrero documentando una supuesta conversación con Trump, el presidente --según lo que publicó el Washington Post-- además de pedirle que cerrara la investigación sobre su ex asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, por sus presuntos vínculos con Rusia, también lo habría instado a que se encarcelara a los periodistas que publican información clasificada obtenida por medio de filtraciones.

Algunos asesores cercanos al presidente como Newt Gingrich son partidarios de que se clausure la tradicional sala de prensa de la Casa Blanca. Su objetivo es eliminar las conferencias de prensa que le resultan cada vez más incómodas a su portavoz, Sean Spicer, a medida que se convierten en material inagotable para la comedia satírica de Saturday Night Live: ya es un clásico la escena de un periodista metido en una jaula mientras la comediante Melisa McCarthy, haciendo el papel de Spicer, se pasea iracunda con un estrado móvil. En medio de las tormentas políticas que enredan a esta Administración, aumenta la posibilidad de que se limiten a repartir comunicados a la vez que el presidente da su particular versión de los hechos por medio de sus tuits.

Pero por mucho que Trump y otros políticos en Washington sueñen con una prensa domesticada, en los Estados Unidos la libertad de prensa protege a los medios y el modelo de democracia abierta impide cualquier intención de amordazarla. Sin embargo, el mandatario ruso Vladimir Putin, por quien inexplicablemente el presidente estadounidense tiene una fuerte empatía, persigue con saña a los medios independientes y bajo su gobierno han sido asesinados periodistas críticos con sus políticas. Sin ir más lejos, hace tan solo unos días un micrófono abierto puso en evidencia a Putin y al presidente checo, Milos Zeman, durante una visita a China. En tono jocoso, Zeman le preguntó si debían “liquidar” a periodistas, pues había “demasiados”. Putin le respondió que “no era necesario”, pues bastaba con “reducirlos”. Sin duda, una inquietante conversación.

Claro está, el presidente turco Recep Tayyin Erdogan, no contento con tener encarcelados a periodistas y disidentes, se atrevió en su visita oficial en Washington a mandar a sus escoltas a golpear a los manifestantes frente a la embajada turca. En Venezuela la policía militar de Nicolás Maduro arremete contra los reporteros que informan sobre los atropellos que cometen en las calles. En Cuba los periodistas independientes viven bajo constante asedio. Y en China se pudren en cárceles inmundas junto a un Premio Nobel o abogados constitucionalistas que defienden un estado de derecho.

La fantasía última de muchos políticos es un periodista anestesiado y silente, pero, al menos en los Estados Unidos, contrario a los malos augurios de que la prensa tradicional había caído en un irreversible estado comatoso, ésta ha tomado fuerzas con primicias que superan la velocidad de las sacudidas diarias en la Casa Blanca. La buena salud del periodismo es una mala noticia para los que se apresuraron a enterrarlo.

*Periodista.

@ginamontaner