Obama, los Rolling Stones, y Friedrich Hayek

La importancia del concierto de los Rolling Stones se capta mejor recordando que Castro prohibió la música de los Beatles en 1964 diciendo que la vulgaridad de su música era sólo un instrumento del capitalismo.

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31 March 2016

Es difícil precisar qué evento ha sido más importante para entender lo que está pasando en Cuba, y lo que ha pasado allí en los últimos 57 años, si la visita que hizo el Presidente Obama hace dos semanas, o el concierto que dieron los Rolling Stones el viernes pasado en La Habana ante medio millón de espectadores, equivalentes a 25 por ciento de la población de la ciudad y casi el 5 por ciento de la población del país entero. 

La importancia del concierto de los Rolling Stones se capta mejor recordando que Fidel Castro prohibió la música de los Beatles en 1964 diciendo que la vulgaridad de su música era sólo un instrumento del capitalismo norteamericano—aunque, por supuesto, los Beatles eran británicos. La prohibición se extendió a todo el Rock and Roll . Los cubanos tenían que escuchar la música cubana. Punto. 

Esta prohibición puso tan en ridículo a Fidel Castro que formalmente la removió en 1966, pero Castro siguió aplicándola de una manera informal por décadas. Los cubanos, que habían seguido oyendo rock durante la prohibición formal, lo siguieron oyendo después de que ésta se levantó, pero sabían que tenían que hacerlo de escondidas porque si la policía los sorprendía oyéndolo los capturaba y les quitaba los discos, que por supuesto habían sido contrabandeados para que estuvieran en Cuba. Los también británicos Rolling Stones, que se fundaron en 1962, eran, junto con los Beatles, clasificados entre los peores emisarios de los imperialistas norteamericanos. Dionisio Arce, un miembro de la banda cubana Zeus le dijo a la revista Rolling Stone (que no está ligada a la banda) que la policía los capturaba cuando trataban de imitar a Mick Jagger, que el sábado tocó ante medio millón de personas en La Habana. 

Como tanto en Cuba, el odio al rock and roll provenía del amo, la Unión Soviética, que todavía en los años ochentas no permitió que Paul McCartney tocara en Rusia. Lo pudo hacer hasta 2003, y, para rabia de los viejos ideólogos, lo hizo en la Plaza Roja ante una multitud delirante, especialmente cuando cantó “De regreso en la URSS” que en ese momento ya no existía.  

La reacción entusiasta del público a estos conciertos de música que en el resto del mundo se ha tocado por décadas (Mick Jagger tiene 72 años, los Rolling Stones 54) demuestra la profundidad de la represión de los regímenes comunistas, que va mucho más allá de las restricciones económicas a vulnerar las más íntimas libertades del ser humano, el pensamiento y el arte. 

Otro músico cubano, Ernesto Juan Castellanos, declaró en 2000 que la influencia de los Beatles en Cuba era la misma que habían tenido en los años sesenta en el resto del mundo. “Es sensual y liberadora en todo, desde la moda hasta la política.” Es claro que mucha gente piensa así en Cuba, tanto como para llenar un espacio gigantesco para cantar y bailar con la banda británica. Pero Fidel Castro, al igual que sus amos en el Kremlin, pensaba que esa música era degradante porque esa música (británica) trasmitía valores norteamericanos, y fue capaz de negarle esa expresión del alma a los cubanos por casi sesenta años porque en la soberbia ideología que él presidía en la isla él tenía el poder de imponerle a todos los demás no sólo lo que debían hacer sino además lo que tenían que pensar y oír y lo que les tenía que gustar. 

El famoso pensador Friedrich Hayek llamó a esa soberbia espantosa “La Presunción Fatal”, la presunción que los nazis y los comunistas tienen de creerse dioses, y a cuenta de eso convertirse en dueños de vidas y haciendas proyectando su destructividad hasta el punto de negar el derecho de oír la música que la gente quiere oír. En su soberbia criminal, Castro les robó la juventud a generaciones enteras de cubanos, y los convirtió de ser los más alegres a ser los más tristes de América Latina. 

Ojalá que los cubanos se agarren de esta reintegración con el resto del mundo para ir expandiendo sus libertades. Ojalá que Candi Staton, que ahora tiene 76 años, pudiera ir a Cuba a cantarles “Los corazones jóvenes corren libres”, y conviertan esa oración en su mantra.
 

*Máster en Economía,
Northwestern University.
Columnista de El Diario de Hoy