Trump no es el problema

Lo que sí es cierto, es el descontento de los electores con la élite republicana, pues de otra manera no se explica la popularidad de un personaje cuyo discurso público oscila entre la amenaza y la charlatanería

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01 April 2016

Los buenos resultados obtenidos por Donald Trump en las primarias preocupan a muchos. Principalmente a los republicanos, aunque todavía no es seguro que vaya a ser el candidato nominado. Lo que sí es cierto, es el descontento de los electores con la élite republicana, pues de otra manera no se explica la popularidad de un personaje cuyo discurso público oscila entre la amenaza y la charlatanería. 

Al 30 de marzo, Trump había ganado 739 de los 1237 delegados; es decir, 59 % de los necesarios para ganar la nominación a candidato presidencial. 

Sin embargo, el punto no es quién va a ser nominado para competir por la presidencia, o si Trump puede perder delegados en el camino, sino por qué un personaje extravagante y pintoresco como él se ha ganado la simpatía de los republicanos de a pie, y el recelo y reticencia de los encopetados y elegantes políticos de Washington.

Al día de hoy estamos en que las bravuconerías del de Nueva York ya no pueden ser ignoradas, y en que los republicanos de la cúpula maquinan cómo perforar de alguna manera el ascendente globo de aire caliente de Trump. 

¿Por qué el populismo-racial-nacionalista y las fanfarronadas de un millonario despiertan cierta esperanza, e incluso consuelo entre los votantes republicanos, que han elegido sus delegados pensando en Trump? ¿No será que el estilo bronco del personaje encaja bien en la polarización que durante los últimos años ha llevado a un continuo estira y afloja entre Obama y los republicanos, mayoría en la Cámara de Representantes? ¿O, sencillamente, la gente está harta de los “políticos”?

Sea como sea, no hay que olvidarse que Trump, en último caso, es el mensajero de muchas, muchas personas; como tampoco hay que perder de vista que culpar al emisario nunca ha sido solución para que una mala noticia se vuelva buena. 

Las cosas vienen de lejos, desde el famoso “Tea Party”: tanto Trump, como Cruz, Rubio e incluso Sarah Palin tienen estrechos vínculos con ese movimiento, que nació de la disconformidad de los republicanos con la cúpula de su partido. No hay que olvidarse que el movimiento nace de la sensación de que el norteamericano medio, la gente común y corriente, son unos extraños para los poderosos jerarcas de Washington; y no solo para los demócratas actualmente en el poder, sino principalmente para la aristocracia republicana. 

Ahora resulta que la mayor ventaja de Trump no viene de lo que dice que va a hacer, sino de lo que es: un político ajeno al establishment. Su discurso no es articulado, sus ideas (pocas, desordenadas y repetitivas) no constituyen argumentos, su presencia emana poder y separación de la política: él es un norteamericano más que a fuerza de trabajo se ha hecho millonario, y que precisamente por eso, parece capaz de comprender a la gente común y corriente. 

Las fanfarronadas no se refutan, lo único que se puede hacer es tenerlas en cuenta. ¿cómo argumentar contra alguien que te dice “yo no soy un polemista soy alguien que en lugar de hablar, sencillamente me pongo a hacer las cosas”.

Se ha dicho: “Trump se ha hecho cargo de la sensación de abandono y de ira de la clase trabajadora blanca”, y de allí saca su fuerza. 

Buenas lecciones para un país como el nuestro, con su crónica ausencia de líderes, en el que más allá del voto duro de derecha o izquierda (esos se van a morir peleando entre sí) hay muchas, muchas personas capaces de entender qué nos pasa, por qué necesitamos renovación entre los políticos, fortaleza institucional, etc., y que estarían dispuestas a apostar por políticos “diferentes” o -Dios no lo quiera-, por mesías-charlatanes que podrían explotar a su favor el descontento. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare