Hasta hace un tiempo, en mi mente vagaban lúgubres y grises las escenas por televisión de la Guerra de las Malvinas, ocurrida en 1982.
Soldados argentinos en carros de combate, desplegándose entre vecindarios, barcos hundidos y efectivos argentinos capturados por tropas del Reino Unido marcaron los recuerdos de quienes entonces éramos unos adolescentes y no entendíamos el porqué del sorpresivo conflicto.
Desde entonces creí que se trataba de territorios desiertos, gélidos e inhóspitos, habitados solo por pingüinos, y aumentaba mi extrañeza de por qué se inició una guerra.
Hace unos días pude comprobar que más bien el archipiélago de las Malvinas o Falklands, como las llaman sus habitantes, son un paraíso en el extremo sur.
La capital, Port Stanley, es una apacible ciudad portuaria al estilo europeo, lejos del tráfico y del mundanal ruido, con sus hoteles, pubs y restaurantes, acariciada por un clima fresco y vientos a veces hasta de 50 kilómetros por hora, como los que teníamos cada octubre y noviembre en El Salvador.
La población está constituida por isleños descendientes de británicos, ciudadanos del Reino Unido y una colonia de chilenos, que son el 5 por ciento, según los censos locales.
Sus islas, como Sea Lion, o la Isla de los Leones Marinos, son parajes con una diversidad de flora y fauna, en la que sobresalen los pingüinos y los leones y elefantes marinos, así como albatros y otras aves. Por la confluencia de corrientes de los continentes en ese punto, abundantes cardúmenes recorren esas aguas.
Actualmente hay exploraciones en busca de petróleo y se prevé que desde 2020 habrá las primeras extracciones. El mismo suelo en algunas zonas está constituido de un material orgánico que es combustible, llamado “peat” o turba.
Autoridades de las islas, que se definen como un “territorio británico en ultra mar”, expresan que quieren retomar el diálogo y la cooperación con Argentina, que las reclama como propias.
Los contactos mutuos, cooperación científica y vuelos se estancaron hace una década por la intensificación de los reclamos de Argentina.
Desde entonces, a las islas solo llega un vuelo a la semana, procedente de Punta Arenas, Chile.
Sin embargo, una luz de esperanza y distensión asomó en enero con la reunión entre el presidente argentino Mauricio Macri, y el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, quienes prometieron relanzar sus relaciones bilaterales y considerar el tema de las islas.
Macri destacó entonces que “fue una buena reunión constructiva, hay vocación de comenzar una relación con la cual se pongan todos los temas sobre la mesa, debajo de un paraguas”, refiriéndose a la política del “paraguas” que aplicó el gobierno de Carlos Menem en la relación con Gran Bretaña.
Cameron, por su parte, le anticipó al presidente argentino que ese territorio seguirá bajo soberanía del Reino Unido.
Argentina, no obstante, no retira su reclamo soberano sobre las islas y sus señalamientos de que los argentinos fueron desplazados por el Reino Unido, pero ha mostrado apertura.
En todo caso, quizá lo más importante es que la región pueda distensionarse de la mejor manera, en beneficio de sus habitantes, de sus vecinos y de la ciencia, la industria, el comercio y el turismo que busquen la zona.
En un mundo que necesita desarrollarse, las fricciones solo estancan a los pueblos.
China Continental es un buen ejemplo de visión pragmática en ese sentido.
Recuerdo que en 2012, en Pekín, altos cargos de la cancillería y del Partido Comunista Chino nos dijeron a un grupo de periodistas de Latinoamérica que ese gobierno no tenía prisa para resolver la cuestión de Taiwán y que lo único que les interesa ahora es vivir en armonía y seguir dialogando con tranquilidad. “Se resolverá a su tiempo”, fue la respuesta.
China Continental ha considerado siempre a Taiwán como parte de su territorio, “una provincia rebelde”, a la que huyeron los nacionalistas chinos después de la victoria del ejército comunista de Mao.
Sin embargo y ante el temor de que China pudiera invadir la isla en cualquier momento, los funcionarios nos dijeron con tranquilidad: “El tema de Taiwán esperará el tiempo que sea necesario. Tenemos 19 tratados conjuntos en materia de cooperación científica, cultural, comercial, etc. y seguiremos desarrollándolos. Queremos vivir en paz con todos los que nos rodean”.
No soy quien para darles lecciones y consejos sobre geopolítica y diplomacia, pero con todo respeto creo que el ejemplo de China y Taiwán puede marcar una ruta para las relaciones de este tipo en tiempos en que el mundo necesita entenderse e ir llegando a acuerdos que beneficien a todos.
De corazón espero que eso ocurra también en la región más al sur del Continente.
*Periodista