Esta noche 40,000 cristianos, judíos y musulmanes roncarán en camas que reservaron en un servicio que ofrecen 2 millones de propiedades en 33,000 ciudades de 192 países. Sin agente de viajes de por medio, pagaron su hospedaje en línea, plata que llegó a la cuenta bancaria de un individuo, y no de una cadena hotelera.
Anfitriones y huéspedes hicieron match gracias a Airbnb, punta de lanza de la “economía colaborativa”, o sharing economy, que mueve billonadas.
San Francisco, California (no Gotera) no solo es cuna de gays y lesbianas. Su belleza abona el emprendimiento, como lo demuestra Airbnb, brillante idea de uno de esos millennials que andan buscando dejar huella.
Frustrado pues su presupuesto de estudiante era devorado por su renta, Brian lanza una app con oferta de alquiler de su sala, con colchón de aire y desayuno de choto.
¡A disfrutar SFO se ha dicho!
Le pegó tanto la idea, que finalmente le alcanzó para conguear. Entre martini y martini, se le ocurre aprovechar la impresionante penetración de smartphones y echa a andar Airbnb (Air Bed & Breakfast).
Desde su lanzamiento en el 2008, más de 5 millones de vacacionistas han optado por Airbnb en vez de hotel. Entre las 2 millones de opciones encuentras desde castillos en Inglaterra hasta casas de árbol en Tahití.
Yo voy reservando el anexo a la casa de David y Emily Stevens, ubicado arriba de Mooloolaba beach, frente al arrecife más grande del mundo. Los Stevens decidieron listar su propiedad en Airbnb más para conocer gente, aunque las chirilucas extra no caen nada mal.
Patrocinio y salud mediante, este deportista escritor dirá presente en el campeonato mundial Ironman 70.3, el próximo 4 de septiembre, en Australia. Patrocinio de la empresa privada, por supuesto, pues todos sabemos que nuestro desgobierno ni a los guerreros de playa los puede apoyar.
Australia es lejos, pero el mundo es pequeño. Resulta que David, mi nuevo chero cibernético, es triatleta retirado, y ya se ofreció a armarme la bici e irnos a traer al aeropuerto de Brisbane. ¡Bendito sea Dios!
El anexo está perfecto, rodeado de canguros, a 5 minutos del inicio y final de la competencia (1,900 metros nadando, 90 km pedaleando y 21k corriendo). Con camón king, baño y cocinas recién remodelados, balcón con vista al mar, y hasta licencia para usar la barbacoa y la piscina de David. Todo por el precio de un cuarto de hotel.
La economía colaborativa en plena transformación del alojamiento. Imposible conectar con David antes del internet. Ahora vimos fotos hasta del trono en el que vamos a “cantar”; conocimos la vida y milagros de los Stevens (y ellos la nuestra); como buen salvadoreño, prometí llevar pupusas de queso con loroco, a cambio de un ajustío, y logramos paz mental por los excelentes comentarios, y emojis felices de ciudadanos del mundo.
¿Me entiendes, Méndez, por qué la industria hotelera está en plena revolución?
Así lo demuestra el movimiento telúrico que causó la puja china, más alta que la de Marriott, pero como que finalmente no cuajó, y Marriott se queda con Starwood (Sheraton, Westin, etc.). Ojo con el monstruo de millones de camas - aunque no tantas como Airbnb.
Para todos da Dios. La hotelería seguirá siendo la opción por excelencia del viajero de negocios pero, ante la amenaza de la economía colaborativa, la industria se tiene que poner las pilas.
Y no solo los hoteles. En próxima inspiración les cuento sobre Uber, la pesadilla de los taxistas. Otro exitosísimo ejemplo de esta nueva economía, astral innovación de otro geek cipotón, de la ciudad en la que la bandera del arco iris brilla con más orgullo e intensidad.
Con sus disculpas pero, para pagar el pasaje, debo subirme a la economía colaborativa: Subasto 40 libras de espacio en mi maleta, para que le mande gustitos a sus parientes en Australia. Eso sí, no se aceptan ajalines, loras ni jocotes. Pongámonos de acuerdo vía inbox.
*Colaborador de El Diario de Hoy.
calinalfaro@gmail.com