Hace unas semanas criticamos que las autoridades parecían haberse olvidado del asesinato de ocho trabajadores de una empresa de electricidad y tres campesinos y que el caso parecía encaminarse a la impunidad, como tantos otros que se cuentan por miles.
Sin embargo, tenemos que reconocer que ahora están haciendo esfuerzos para que acabe la ola de crímenes y que la ley se respete, con las medidas de excepción en las cárceles y el paquete de reformas penales presentado por la Fiscalía, que procura sobre todo la recuperación de territorios y el cese del acoso de las pandillas a los escolares, entre otras.
Se sabe que ha habido una disminución de los homicidios por la violencia en los últimos días, pero falta hacer mucho más.
Es significativo que ese sacrificio de esos pobres trabajadores asesinados haya empujado a llegar a acuerdos a los partidos políticos, sobre todo al gobernante FMLN y al opositor ARENA, en procura de verdaderas soluciones.
Qué bueno que al fin el partido en el gobierno parezca haber entendido que la escalada de violencia no era un invento de los periodistas o un asunto de “percepciones”, sino una crisis que cobró las vidas de más de 6,600 personas solo el año anterior.
Quizá eso es lo más triste: que antes hayan tenido que morir tantos salvadoreños.
Pero ahora es momento de ver hacia adelante y recuperar a El Salvador que conocimos y que nos vio nacer:
“El País de la Sonrisa” en el que podíamos andar de noche por el centro de San Salvador sin que nos pasara nada y al que los extranjeros llegaban con confianza para conocer sus parajes (hasta un Miss Universo hubo aquí en 1975); el “Japón de Centroamérica” cuya mano de obra era un orgullo y muy estimada en la región e incluso de otros países contrataban a obreros salvadoreños por ese motivo; el “Pulgarcito de América”, pobre, pequeño pero digno, cuya gente era hospitalaria, acogedora y siempre tenía una sonrisa y compartía su “conqué” con el forastero; la República de El Salvador, orgullosa de su nombre por honrar al Creador y fiel a su fe y sus tradiciones.
El acercamiento entre los partidos y la conjunción de esfuerzos en aras de pacificar al país ha sido un buen experimento que se debe repetir para otros asuntos importantes en beneficio de todos.
Ya es tiempo de cesar los odios y los resentimientos de clases y de darle respiro a este pueblo “cuyos lamentos suben hasta el cielo cada días más tumultuosos”, como decía el Beato Monseñor Romero, quien dicho sea de paso debe ser un factor de unión de los salvadoreños y no de manipulación política.
Creo que si él estuviera aquí ahora diría: “¡Cese la matanza¡ ¡Terminen con las divisiones y la polarización! ¡Piensen y trabajen por el país y no por intereses de partido o ideología!”.
Estos quizá han sido el origen de los grandes males que nos han aquejado en los últimos tiempos y nos han distraído de pensar más en El Salvador y su progreso.
El acercamiento de los partidos, en busca de soluciones a la escalada de violencia, demuestra que este es el camino para resolver ese y otros problemas.
Es tan fácil sentarse y hablar, ponerse de acuerdo, pero, eso sí, despojándose de mezquindades y desconfianzas mutuas y pensando en El Salvador.
Si nuestros gobernantes y políticos quieren que las presentes y próximas generaciones los recuerden con respeto, es necesario que continúen con ese mismo esfuerzo y concluyan honradamente lo que ya comenzaron.
Eso mismo aplica para la lucha contra la corrupción, que ha iniciado la Corte Suprema de Justicia y Probidad y que debe ser apoyada por todos los sectores.
*Editor Subjefe de El Diario de Hoy.