El actual mundo nos nutre con interminable contenido de información, algunas veces con eventos mundiales, otras, relacionada con líderes políticos, y otras veces, sólo de personas comunes, con las cuales nos encontramos en el mercado, en la calle, en cualquier lugar, gente de nuestro entorno.
La gran pregunta es ¿Qué pasa cuando nos encontramos y nos enamoramos de esas cajitas de plástico y silicón, con baterías recargables, llamados teléfonos celulares, teléfonos móviles o smart phones?
Por ejemplo, en un día de estos, en un evento, pude observar a una persona pasar todo el tiempo con el teléfono celular pegado a la oreja o viendo la pantalla del mismo, sin que le pusiera el menor interés a lo que sucedía a su alrededor. Pudiéramos preguntarnos ¿qué de malo hay en eso? Y la respuesta obvia, puede ser, absolutamente nada.
El problema radica en que nos hemos vuelto tan apegados y adictos a los teléfonos móviles, que pasamos totalmente desapercibidas cosas esenciales de la vida común, en las cuales muchas veces ignoramos la esencia de las personas humanas alrededor nuestro. En lo personal, debo admitirlo, también me gusta mucho mi teléfono “inteligente”, pero entiendo que debemos tomar conciencia y razonar para qué verdaderamente nos es útil este aparato, para qué realmente nos sirve. O sea, entender que es una herramienta “Smart” y no una persona inteligente.
Y reflexiono: Muchas personas cuando se encuentran haciendo un alto ante la luz roja de un semáforo, aunque sea por 30 segundos, ¿qué es lo primero que hace? Sin lugar a dudas, agarrar su celular. ¿Será que no soportan estar solos con su pensamiento, ni siquiera medio minuto? Lo peor es cuando se observan parejas o amigos, departiendo juntos en una mesa, y uno o ambos, o todos, están prendidos del teléfono recibiendo información. Pensemos en todos los valiosos momentos que perdemos ausentes de nuestros seres queridos, por estar agachados compenetrados en nuestros celulares.
Los padres de familia no pueden corregir a sus hijos porque, aunque en su juventud no tuvieron un smart phone, hacen lo mismo. Se observan padres chineando o empujando los cochecitos de sus hijos, prendidos del teléfono en vez de disfrutar el momento mágico de compartir con su hijo.
Deberíamos tomar conciencia que estos aparatos no pueden sustituir las relaciones interpersonales, los teléfonos no nos pueden abrazar ni tener intimidad real con nosotros. La relación virtual es un sin sentido.
Algunos no pueden compartir con sus seres queridos diariamente, pero los que tienen la dicha de poder hacerlo, deberían valorar y apreciar el privilegio; especialmente, cuando las oportunidades de compartir en familia no son frecuentes. Cuando se presentan esas oportunidades, deberíamos aprovecharlas, no estar enfocados en Twitter, Facebook, etc.
Albert Einstein dijo: “Temo el día que la tecnología superará nuestra interacción humana. El mundo tendrá una generación de idiotas.” La realidad es que muchos crecimos sin smart phones y el mundo siguió girando, nadie murió por ello.
Me imagino que sería un gran sacrificio para muchos hacer algo al respecto, por ejemplo, evitar que haya teléfonos en la mesa al comer en familia, en fechas especiales, con la esposa o novia, el cumpleaños. No celulares cuando departimos con amigos, al conducir o simplemente, al salir a caminar. Necesitamos más tiempo para estar a solas con nuestros pensamientos, pensando en cómo ser mejores.
Los teléfonos inteligentes son asesinos de conversaciones. Observe la próxima vez que salga a comer y verá cuántas personas están con teléfonos activos en lugar de interactuar con las personas de su entorno. Muchos adolescentes ya no son capaces de sostener una conversación si no es virtual.
* Colaborador de El Diario de Hoy.
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