En el ambiente estudiantil de los sesenta y setenta del siglo pasado era evidente la contradicción siguiente: por un lado se abogaba por el libre juego de las ideas, es decir, el pluralismo ideológico y, por el otro, en algunas facultades se pontificaba que el marxismo era la única salida para que el país progresara y se sacudiera la hegemonía del imperialismo de los EUA. Por la virulencia y encono como los estudiantes, profesores y trabajadores atacaban los desaciertos del gobierno, las desigualdades sociales, el sistema feudal de la tenencia de la tierra, la corrupción y el nepotismo descarado en la esfera oficial, todo mundo creyó que el día en que la izquierda llegara al poder se iniciaría una nueva era de mejores gobiernos, más preparados y capacitados, más humanos y transparentes.
En ansiado día se llegó al fin pero la gran cantidad de seguidores que de veras creyeron en la reivindicación del país se dieron contra los dientes y la frustración fue mayúscula. Con escasas excepciones los que lograron cargos importantes pronto se dieron cuenta que una cosa era la teoría aprendida en las células de estudio del marxismo y otra la realidad práctica. Lejos de cumplir con las aspiraciones de juventud daban la impresión que les preocupaba más llenarse los bolsillos y más temprano que tarde trascendieron de la condición “Toyotizada” a vehículos más lujosos y de las viviendas “Acelhuatizadas” a mejores zonas de la capital. Y cuando con dificultades y las correspondientes “Ayudas” lograron accesar al poder por segunda ocasión, antes que llegaran los cambios prometidos llegaron la ambición desmedida por el dinero, los bienes materiales y la obsesión por viajar a costa del estado. En suma el negocio le ganó a la política en tal magnitud que les importó poco hacer quedar mal al gobierno, al partido, a la clase política y al país.
Todo apunta a que se olvidaron de la sopa de frijoles monos, calentar los frijoles y tostar las tortillas porque ahora hablan de asado de entraña, “rehogar la cebolla”, “caramelizar el sofrito” y de “aceite extravirgen”. Pero llama la atención que no se olvidan del enfoque marxista de la economía aunque el modelo sea un fracaso y haya sido superado en los mismos países comunistas. ¿Será que los revolucionarios de ayer no se han percatado que los modelos económicos de China continental y Rusia se han derechizado para sobrevivir y enfrentar los retos del mundo moderno? ¿No se han dado cuenta que lo que antes hacían los zares ahora lo hacen los rusos ricos propietarios de los monopolios y lo que antes hacían los ricos señores de las dinastías ahora lo hacen los políticos poderosos en sus palacetes? ¿Será posible que solamente en los países subdesarrollados todavía existan ideólogos chapados a la antigua aferrados a la lucha de clases, al gobierno del proletariado y a la victimización de los pobres para utilizarlos con fines políticos? Lo cierto es que después de siete años de gobierno de izquierda toda sigue igual o peor, ni siquiera han logrado la modernización del sector salud. Las instituciones del estado y las autónomas continúan rodeadas por profundos fosos de tinta y una intrincada burocracia, la gente sigue atormentada por la inseguridad, las embestidas tributarias, la falta de trabajo y la desesperanza.
*Colaborador de El Diario de Hoy