La renuncia de Dilma Rousseff, editorializó semanas atrás la revista británica “The Economist”, era lo más conveniente para empezar a paliar la crisis política, económica y social que sufre Brasil. Estuve de acuerdo con esa posición, aun mientras tenía posibilidad real la Sra. Rousseff de mantenerse en el poder. Una cadena de errores ante las concretas evidencias de corrupción en Petrobras culminó el pasado domingo con la aparatosa derrota para Dilma, Lula y el PT, en el Congreso de los diputados.
Dos oleadas de protestas ha habido en Brasil durante el mandato de la Sra. Rousseff. La primera, cuando salió a luz el escándalo del “mensalao” (sobrepago mensual), esto es la forma más primitiva de compra de voluntades –tan común en nuestra América latina bajo gobiernos populistas—de dar por parte del Estado dádivas mensuales para obtener apoyo; y la segunda, tras el gigantesco escándalo de Petrobras. 133 arrestos, 16 compañías involucradas, incluidas las más grandes constructoras de Brasil, han salido hasta el momento en la operación “Lava jato”.
Brasil, que hace tan pocos años encabezaba la figura de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—como economías emergentes; gigante sudamericano, país de contrastes, creyó como varios otros países haber encontrado “El Dorado” con el ‘boom de los commodities’. Caídos los precios de estos bienes transables, entró el país en una profunda recesión. Teniendo Brasil independencia de poderes --destaco la independencia de su órgano judicial-- la fórmula recesión más corrupción se volvió letal para el atribulado gobierno del PT. Mención especial merece el juez Moro.
Ni Lula, que tenía un aura especial entre la clase política y un amplio segmento poblacional, pudo detener la estampida de congresistas en dirección a aprobar el juicio político de su sucesora y protegida. Los observadores estiman que en el Senado será más fácil encontrar los votos necesarios para el juicio político —“impeachment”— de la presidenta. Y si vota el Senado como se prevé, la presidenta tendría que dejar su puesto por seis meses mientras se le juzga; asumiría el vicepresidente la conducción del gobierno para afrontar la descomunal crisis.
En un conversatorio en 2012 en Sao Paulo entre los expresidentes Fernando Henrique Cardoso de Brasil, y Alan García de Perú --en el marco de una Asamblea General de la SIP--, dijo el segundo (que lo hizo muy mal durante su primer gobierno y se reivindicó en el segundo), que ojalá siguiera creciendo Brasil, porque impulsaría al resto de países sudamericanos. Lo dijo el dos veces presidente de un país que ha venido teniendo impresionantes índices de crecimiento económico de manera sostenida. Macri, como presidente electo, fue a Brasil en su primer viaje, ya que Brasil es el principal socio comercial de Argentina.
Brasil es un país en profunda recesión con la posibilidad de regresar hacia la pobreza a millones de brasileños; divididos políticamente, es cierto como advirtió Lula hace unos meses que el PT se encuentra en “el fondo del pozo”, pero en segmentos populares Lula fue quien les mejoró sus vidas. Nadie acusa a la presidenta de haberse embolsado un cinco. El esquema de gran corrupción que muestra “Lava jato”, empero, le impacta.
“Incertidumbre”, me respondió uno de los académicos que vinieron la semana anterior al Foro de análisis político de Fusades, a mi pregunta de qué cree que viene para Brasil durante los próximos meses. Sé que esa nación puede más y merece más, les deseo lo mejor. La suerte parecería estar echada para Dilma.
*Director Editorial de
El Diario de Hoy.