Anegados en rencores y odios. Empantanados en mediocridad y en la hipocresía que pretende resolver las acusaciones, y diluir las responsabilidades de las propias actuaciones, con un “vos sos peor”. Ver cada vez más personas, que creen que “éticamente” es sinónimo de que no lo “agarren” a uno en sus movidas, sobornos, sociedades empresariales con criminales, pactos con pandilleros, compras fraudulentas, testaferros y sociedades fantasmas en paraísos fiscales. Al ver el país tan revuelto, uno se pregunta ¿cómo llegamos a esto?
Algo tiene que ver que haya demasiada riqueza a disposición de demasiadas personas: dinero de extorsiones y mal vivencia, de remesas y regalos desde el extranjero, petrodólares pagaderos a treinta años, de puro y duro robo en instancias gubernamentales (no lo digo yo, allí está Probidad para mostrarlo); cosas, viajes y lealtades habidos con tarjetas de crédito “topadas” y préstamos sin pagar: demasiado dinero fácil a disposición de muchos, al alcance de la mano.
También influye, decisivamente, un ambiente social en el que se compra “éxito personal” prostituyendo la propia dignidad, donde parece haber cada vez más convencidos de que “realizarse” es tener poder, dinero y posición; hasta construir una sociedad dividida, fraccionada, que genera escasísimo entusiasmo de pertenecer a ella, y vivir en una especie de desilusión colectiva en la que, casi sin darnos cuenta, termina por instalarse el “sálvese quien pueda”.
Tiene su parte en la situación actual, y no pequeña, el secuestro del Estado por parte de los grupos de poder (de izquierda y derecha); la debilidad institucional y la impunidad flagrante en la que se ha vivido desde que se tiene memoria.
¿Dónde quedaron los tiempos de las fortunas fruto del trabajo personal, del esfuerzo compartido en la empresa o empresas familiares, del ahorro, estudio, trabajo y tesón? Quizá hemos llegado al límite tolerable, socialmente hablando, de ricos que lo único que tienen –los pobres-, es dinero. Escasean personas esforzadas, cultas, referencias éticas que den testimonio de que vale la pena vivir una vida fundamentada en principios. Hay demasiado pocas personalidades inspiradoras y modelos. Escasea gente de bien.
Si no ¿cómo entender la sorda aprobación popular de tanto pandillero muerto en supuestos enfrentamientos? ¿Cómo interpretar la secreta satisfacción que no pocos sienten cuando “el muerto” es un delincuente? ¿Cómo explicarse que haya quienes defiendan volver a armar a la gente, con una mentalidad que más parece de tiempos de ORDEN que de personas sensatas? ¿La indiferencia social ante cada escándalo protagonizado por políticos? Solo lo explica una actitud de “no creo en la ley, no creo en las instituciones, no creo en nadie, lo único con que cuento es con mi respuesta de autodefensa”, que muchas veces es indiferencia.
La violencia engendra violencia. Siempre. Las “manos duras” pueden resolver momentáneamente los problemas, pero más temprano que tarde, regresan todavía “más duras”. La historia está llena de vividores encumbrados a fuerza de engaño y derribados, más que por la gente, por su misma ineptitud política y su cortedad de miras. Las bayonetas pueden servir para muchas cosas, pero no para sentarse sobre ellas.
Las luchas de poder, la rapiña y las piñatas fiscales, la politiquería del “chambre” y la zancadilla, no tienen futuro. Si lo tuvieran, quien estaría condenado, sería el país. Me resisto a creer que todo va a terminar con un baño de sangre o con algún “mesías” oportunista.
Hay suficiente fuerza moral como para seguir luchando por principios y con nobleza. Hay movimientos de renovación dentro –y fuera- de los partidos políticos, personas ocupadas en la política porque están preocupadas: jóvenes, soñadores, luchadores sociales que a fuerza de no ser tomados en serio, no van a tener más remedio que terminar renovando la sociedad, desde dentro.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare