Hace muchos años llegó un funcionario muy airado a la redacción de El Diario de Hoy para reclamar por la publicación de un reportaje en el que se descubría que lo primero que hizo en el cargo fue darle un contrato a la empresa de un familiar cercano.
Para entonces no había Ley de Adquisiciones y Contrataciones (LACAP) y él argumentaba que ninguna ley le impedía hacer esa contratación.
Pero topó cuando le dijimos que “ciertamente no es ilegal, pero ¿es moral?”.
Varios países de Latinoamérica están lanzando grandes mensajes contra la corrupción y la ola parece indetenible.
Brasil, Argentina, Guatemala, Honduras y otros le están montando cercos a la corrupción mediante sus tribunales, instituciones o entidades auxiliares como la CICIG en el caso guatemalteco.
Gobernantes pasados y presentes de dichos países han sido llevados al banquillo de los acusados bajo cargos de enriquecerse en sus puestos con dinero del erario o de sobornos.
El Salvador no se queda atrás con un incipiente movimiento contra la corrupción dirigido por la Sala de lo Constitucional y la Sección de Probidad, la Corte Suprema en pleno y la Fiscalía General de la República.
Lo que parecía letra muerta, la lucha contra la corrupción, ahora ha cobrado fuerza y hay que darle sus méritos a Probidad, a la Corte Plena y a la Fiscalía, que han tenido la valentía que seguir investigaciones muy completas y abrir procesos por presunto enriquecimiento ilícito.
No estoy diciendo que los que han sido procesados sean culpables de los hechos que les imputan, porque ellos ahora tendrán derecho de desvanecer los señalamientos que les hacen y para ello merecen el debido proceso que en el pasado se les negó a otros.
Pero esto le deja un gran precedente y mensaje a los corruptos y a los corruptores para que lo piensen bien antes de embolsarse un cinco que no es de ellos o de inducir a otros a hacerlo o de comprar voluntades políticas para lograrlo.
En todo este tiempo se había visto a figuras de la política salvadoreña bien enseñoreadas, pensando que quedarán impunes, pero ahora ven que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas de sus ingresos no justificados.
Ahora saben que ya no podrán aprobar préstamos torciendo la ley o por medio de procedimientos viciados ni los partidos oficiales de turno podrán comprar diputados para quebrar a la oposición ni los funcionarios aprobar contratos de sus cheros.
Pasarán dos, tres, cuatro o cinco años, pero la mano de la justicia llegará hasta ellos.
Después de ser un modus vivendi de muchos, la corrupción ha comenzado a verse como lo que es: una excreta pestilente a la que todos buscan esquivar para no verse embarrados o generar el rechazo o el vómito de los demás.
Ahora se aplicará aquel dicho de la sabiduría popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres” y mucha gente lo pensará antes de juntarse con quienes están metidos en hechos deshonestos o robos en la administración pública; se tomará tiempo para reflexionar si vale la pena abogar, obstaculizar o dilatar un juicio contra un acusado de corrupción; otros pensarán que si bien ahora puede manejarse en secreto la compra de un diputado o un funcionario pero mañana puede salir a la luz y subir al cielo como espuma.
El gran problema es que los pueblos se indignan contra el robo de sus dineros, pero a la vez se encogen de hombros y dicen: “Bueno, todos los gobernantes roban” y vuelven a elegirlos.
Es que es en ese momento cuando la ciudadanía debería salir a la calle y exigir que funcionen las instituciones, como ha ocurrido en Brasil, cuya presidenta no ha sido acusada directamente de tomar dineros públicos, pero sí de maquillar cuentas y balances oficiales, lo cual es una forma engaño a la población.
Los brasileños van hasta la base y nos están diciendo que la mentira es tan ilícita como la corrupción, porque es la deshonestidad, el fraude, la burla a la buena fe de la ciudadanía.
Bueno, salvadoreños, a poner las barbas en remojo y apoyar la lucha contra la corrupción a todo nivel y venga de donde venga, exigirle a las instituciones como el Tribunal de Ética Gubernamental que funcionen, promover la denuncia pública y estar atentos a no permitir que los corruptos vuelvan a sentir que somos unos conformistas que solo agachamos la cabeza.
Sobre todo, hay que tener cuidado con los falsos mesías que buscan dormirnos y se quieren proponer como adalides inmaculados, echando rayos contra otros para desviar la atención de sus propias deshonestidades. Recordemos, como dicen nuestros hermanos nicaragüenses, que “el que tiene más galillo siempre quiere tragar más pinol”.
*Editor Subjefe de El Diario de Hoy