Los sin techo

Un salvadoreño sin vivienda viviría unos 37 años en comparación con los 74 años que en teoría es el promedio de vida de un salvadoreño con vivienda

descripción de la imagen

Por

29 April 2016

La revista Latin American Research Review reportaba ya hace 20 años  que en el subcontinente latinoamericano se nos identificaba por ser conocidos como herederos de una “pobreza innecesaria” o con términos tales como ser poseedores de un “exceso de pobreza”. Estas definiciones se debían entre otras cosas al aumento de las desigualdades que llevo a un  aumento en el índice de pobreza de la población. Se realizaron bosquejos que identificaban poblaciones vulnerables pero que se quedan incompletas al no señalar mecanismos para atenuar estas desigualdades. Sobre todo cuando hablamos de la “pobreza extrema” o de la “indigencia”, personas que no tienen el mínimo de recursos para cubrir las necesidades básicas de alimentación y mucho menos un techo que los proteja.

La medicina ha llegado a determinar que existen interacciones complejas entre el estado de salud y las personas que tienen viviendas precarias o no tienen viviendas, con alteraciones que generalmente afectan la intensidad de las enfermedades, su pronóstico y producen un aumento en la mortalidad de estas personas. Por ejemplo, estas  personas que viven en condiciones de vulnerabilidad de la vivienda tienen una tasa de mortalidad que es de 3 a 4 veces mayor que la población en general.  Esto significa que un salvadoreño sin vivienda viviría unos 37 años en comparación con los 74 años que en teoría es el promedio de vida de un salvadoreño con vivienda.
 
Esta información y estadísticas crudas deben servirnos de base para explicar el impacto que ha tenido un experimento social en relación a una obra de arte, específicamente una escultura de bronce representando a un hombre sin hogar, durmiendo sobre una banca de parque y cubierto con una manta ligera y con los pies desnudos.  Se les preguntó a los transeúntes si se sentarían a los pies del indigente, y la gran mayoría respondió negativamente. Posteriormente se les pidió que se acercaran a los pies de la estatua y contestaran nuevamente. “Asombrosamente” este hecho hizo que muchos cambiaran de opinión. La razón: los pies de la escultura estaban heridos por marcas de clavos, en una representación artística del Cristo Crucificado quien dormía como indigente y que ha sido denominada “El Jesús Sin Techo”. Una de las esculturas está localizada en el Vaticano frente a las oficinas de la Limosnería Apostólica. Otra copia se encuentra en la Facultad Jesuita de la Universidad de Toronto, en Canadá.  Se trata de obras del artista canadiense Timothy Schmalz quien se inspiró en un hombre que dormía a la intemperie en invierno, precisamente en Navidad.

Lo interesante es que la mayoría de personas actuaron “reactivamente” al acercamiento, esto es, hasta que supieron de quién eran los pies crucificados, empezaron la aproximación. Debe preocuparnos la ausencia de personas que actúen “proactivamente”, esto es buscar la proximidad y la ayuda del necesitado sin esperar nada a cambio. Esta actitud es una clara señal que nos revela el porqué algunos problemas sociales “no se solucionan”. Por esto debemos saber que hasta que nosotros, todos nosotros, empecemos a ser más participativos y proactivos, nuestras sociedades seguirán adoleciendo de las mismas carencias y sufriendo los mismos problemas. Solamente entonces, la escultura del “Jesús sin Techo” habrá logrado su cometido.
 

* Colaborador de El Diario de Hoy