La está bien de hablar mal de los políticos. Hablemos bien. Hablemos de lo que se necesita para resolver las crisis y no de cómo nos metimos en ellas. Quizá, leyendo estas líneas alguien con vocación de servicio se anima a lanzarse al ruedo. O se desanima, si estaba pensando no entrar.
Necesitamos políticos que quieran hacer las cosas bien y que sean capaces de dialogar para llegar a acuerdos, no solo para decir “que ellos toman en cuenta todas las posturas”, o cínicamente presentar fachada de mentalidad pluralista y/o inclusiva, tapando interiores totalitarios; precisamos políticos que tomen en cuenta de verdad a los demás.
Nos hacen falta hombres y mujeres de palabra, de esos que cuando se les invita a participar en foros o mesas de diálogo no se echan para atrás, simple y llanamente porque “políticamente” no les conviene aparecer.
La verdad, como exponía alguien en el entierro de un alcalde, es que no podemos evitar la sensación de que “estamos hoy un poco huérfanos de esas referencias que tanto necesitamos de diálogo, entendimiento y acuerdos entre diferentes, para hacer política en beneficio de la ciudadanía, que es lo que demandan en estos tiempos”.
Requerimos gente capaz de llegar a consensos con quienes piensan diferente, para hacer avanzar su ciudad y su país. Para pasar de una sociedad revuelta, dividida, fragmentada; a ser, de veras, una democracia. Sólo políticos de raza nos van a permitir volver a ser referentes en el mundo, como lo fuimos hace casi veinticinco años: modelos de una sociedad que sabe llegar a acuerdos, y que los respeta.
Nos urgen políticos que no se llenen la boca hablando de inclusión y equidad mientras atiborran los puestos públicos con sus correligionarios, echan a la calle a los del partido contrario, arrinconan a sus adversarios y –cuando no les es posible defender sus ideas, justificar ilegalidades o patentes ineptitudes–, simplemente los insultan sin darse cuenta de que la gente, con excepción de unos cuantos que siguen domesticados, ya está de regreso.
Hace falta gente joven, no necesariamente de pocos años de edad... Políticos de ideas frescas. Honestos, trabajadores, soñadores. Servidores públicos cuya juventud se tase no porque simplemente hayan vivido poco, sino porque su creatividad y entusiasmo se encuentren a flor de piel.
Qué hacemos con esos muchachos y muchachas que quisieran estar en política, voluntariado, actividades de servicio, ayudando de cualquier manera a tener una sociedad mejor, pero no saben cómo, dónde, a quien dirigirse. Jóvenes que a lo peor les han dicho que tienen que esperar, que tienen que “sudar la camiseta” o hacer antesala, pacientemente, mientras pagan su “derecho de piso”.
Nos jugamos mucho y ya no hay tiempo que perder, hay que involucrarnos por medio de las redes sociales, implicarse en el colegio, la escuela, la universidad, el barrio, la familia; ser activos opinando con lo que estamos y con lo que no estamos de acuerdo, poniendo manos a la obra. Participar en foros, grupos de estudio, iniciativas solidarias, partidos políticos, movimientos ciudadanos, ONG nacionales o internacionales, actividades de iglesia, etc.
A fin de cuentas, en el sentido más original, políticos somos todos. Y, precisamente por eso, si los que ocupan cargos públicos, si los que viven de la política y tienen en ella su feudo particular nos defraudan una y otra vez, dejémonos de lamentaciones, comencemos a trabajar en lo que está al alcance de cada uno.
Es importante, muy importante. A fin de cuentas, como se ha dicho: si un ciudadano entra en la política, la política lo cambia. Pero si muchos con valores y principios dan el paso de entrar, terminan por cambiar la política.
* Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare