Los revolucionarios de América del siglo pasado tenían un serio problema. No sabían exactamente qué causa invocar para poder movilizar a “las masas” a la revolución; en los tiempos de Marx, las sociedades capitalistas se dividían de manera sencilla en dos grandes grupos: los proletarios y los burgueses.
Marx trató de convencer al mundo que los dueños de los medios de producción, es decir de las fábricas, las máquinas y las herramientas, robaban a los proletarios, los obreros, parte de su fuerza de trabajo. Tal injusticia solo podía terminar con una revolución violenta que expropiara a los burgueses y volviera colectiva la propiedad de los medios de producción.
El Capital, la obra de Marx destinada a los obreros, no fue leía por estos. Más bien fue estudiada por burgueses educados, los cuales hicieron sus propias interpretaciones. Hay mucho de religioso en el marxismo, con pueblos escogidos, dioses, santos y paraísos prometidos.
El problema es que las sociedades se hicieron más complejas en la medida en que la inventiva humana creó nuevas maneras de producir bienes y servicios. Aparecieron pequeños propietarios, profesionales, ejecutivos con altos salarios, especialistas en oficios diversos, campesinos y artesanos. No era fácil decir quién era burgués y quién proletario.
La consigna marxista “proletarios del mundo, uníos”, resultó pues vaga y desfasada el siglo pasado. Para colmo, la primera revolución autodenominada socialista no tuvo lugar en el país capitalista más desarrollado en esos tiempos, Inglaterra. Tuvo lugar en el más atrasado del viejo continente: Rusia. Con el agravante de que no fue exactamente una revolución de masas obreras, sino un golpe de estado contra el Zar, protagonizado por oficiales y sus tropas, terratenientes e intelectuales.
Rusia todavía estaba transitando del modo de producción feudal a un incipiente capitalismo. El primer estado que se declaró marxista no tenía ni un solo proletario en su máxima dirección. El estado comunista fue impuesto a sangre y fuego y cobró la vida de millones de personas. Luego de la segunda guerra mundial, todos los países que fueron ocupados por el Ejército Rojo, (el Ejército Ruso) en detrimento de los nazis y fascistas, fueron declarados estados socialistas.
No fueron revoluciones proletarias las que convirtieron a Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania, Polonia y resto de países de Europa del este en estados socialistas. Fue el Ejército Rojo el que construyó el llamado “Campo Socialista” de naciones. En realidad, eran gobiernos satélites de Moscú.
Mientras tanto en América Latina, en donde no había forma de convocar a los proletarios en contra de la burguesía, dado que la estructura social no era la misma que la Inglaterra que estudió Marx para describir el modo de producción capitalista, se forzó un poquitín el lenguaje. La lucha pues ya no sería entre proletarios y burgueses, sino como en Europa entre patriotas y fascistas.
De manera que las dictadura militares, que salvo la de Perón, nada tenían de fascistas, fueron llamadas dictaduras militares fascistoides. La cuestión era movilizar a las masas en contra de un enemigo. Así que como no eran exactamente fascistas, se les calificó con el horroroso término de fascistoides. Ningún académico serio podría definir exactamente qué cosa es eso. Sin embargo sirvió, y de mucho, para encender la hoguera de las revoluciones.
Luego, cuando se pusieron en boga las luchas de las antiguas colonias europeas en Asia y Europa por su independencia, se pusieron de moda los frentes de liberación nacional. Es decir, las organizaciones armadas que luchaban contra los países imperialista de Europa como Francia, Bélgica, Portugal e Inglaterra. Eso ocurrió básicamente en las décadas de los años cincuenta y sesenta.
Pues entonces los revolucionarios latinoamericanos, huérfanos de un imperio, contra el que luchar, decidieron convertir a Estados Unidos no en un imperio exactamente, sino en un imperialismo y a los países latinoamericanos en sus neo colonias. Y aunque no había realmente nada que estableciera lo anterior, como sí lo era el hecho de que Argelia era colonia francesa, por ejemplo, aparecieron en nuestras tierras los frentes de liberación nacional.
Es decir, el esfuerzo de los revolucionarios latinoamericanos fue siempre adaptar forzadamente las situaciones reales a la narrativa ya existente fundamentada en otras realidades geográficas. Quizá por eso las cosas salieron tan mal en todas la revoluciones socialistas. Marx, el punto de partida, estaba equivocado.
* Columnista de El Diario de Hoy
Las palabras y la revolución
El esfuerzo de los revolucionarios latinoamericanos fue siempre adaptar forzadamente las situaciones reales a la narrativa ya existente fundamentada en otras realidades geográficas
29 April 2016