Por cientos de años de ocupación musulmana, Al Andaluz era el nombre árabe del sur de España. Huella evidente en maravillas arquitectónicas como La Mezquita de Córdova, La Giralda de Sevilla, El Alhambra de Granada, y otras guarniciones, cuya fallida misión era repeler la invasión Cristiana de 1492.
Al Fahro era una pequeña ciudad en el oriente de Al Andaluz, asentada así por el apellido del alcalde, seguro un mi tátara tátara abuelo que, la historia cuenta, era bien inquieto (y le gustaba el Jerez).
Uno de sus nietos, gracias a crucifijo en pecho, logra ser enlistado en un viaje de evangelización a las colonias; el cuarto después de que el genovés Cristóbal Colón besara la arena de América por encargo de los Reyes de España.
Alucinado por la exuberante vegetación, y clima paradisíaco, el nieto se instala en una villa que los conquistadores asentaron como Ahuachapán.
Generaciones más tarde, nace Carlos Eladio Alfaro Morán, a quien Cupido lo cruza con la sonsonateca María Mercedes Gabriela del Carmen Castillo Zaldívar de Alfaro Morán.
Fértil cosecha de siete varones “por buscar la hembrita”, repetía mi abuela Carmela, producto de la unión de sangre Al Fahro de Andalucía con Castillo de Castilla.
Nunca voy a entender porque el nombre de su primogénito fue José Antonio, y no Carlos. Suerte para mí, pues el segundo varón, mi padre, continuó el legado generacional.
En América, Al Fahro se convierte en Alfaro, familia muy bien representada por Calín, en academia militar y escuela de medicina, adonde aprendió a dentista con mucha disciplina.
Y no solo rellenó las muelas, y les sanó las encías a su fiel clientela, sino que enseñó, en la UES, lo que aprendió en las universidades de Maryland y Tufts.
Durante su experiencia como docente, se le revolvía la bilis al ver los muros de la U llenos de grafiti, y los encapuchados quemando llantas, y llamando a la insurgencia, en vez de estudiar las ciencias.
Y decidió actuar. Se convierte en vice y luego en rector cargo que, el 16 de septiembre de 1977, lo lleva a su tumba prematura, por estorbarle a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), embrión del FMLN, al mando de Salvador Sánchez Cerén.
A las 7:28 am, a punto de ingresar al portón norte de la UES, una tormenta de proyectiles G3 impacta el Toyota Corolla de mi padre de 46 años, y le pone punto final a su sueño por devolverle el alma a la máter nacional.
Sobre su gabacha ensangrentada, los terroristas riegan unos panfletos satirizando su trofeo y justificando “otro acto de justicia”.
Yo era un cipote precoz, y una de las estampas padre e hijo, grabadas en mi memoria, es la noche anterior al asesinato del rector, juntos en una recepción en la embajada de España en honor a Su Majestad, ahí presente. Siempre de meque salí bien comido, con todo y autógrafo real.
Otra estampa fue en el Gimnasio Nacional, la vez del Miss Universo. Sepa Judas que pitas jaló, pero mi papá me metió atrás del telón, a tomarnos fotos con las finalistas. Yo, chaparro, corte de pato bravo, cachetón, y con las muelas bien peladas, en medio de tanta belleza. ¡Lástima que no había Facebook!
También recuerdo la tarde en el cine Vieytez cuando Calín senior y Calín junior, presentes en el debut del Planeta de los Simios, y a media película, Calín junior le vomita el moño a la doña sentada al frente, culpa de que mi hígado de 12 años no toleró su primer cerveza.
La última, y más fúnebre estampa, fue la carnicería de mi padre, y sus dos colaboradores, en el portón norte de la UES.
Vino la guerra, y una docena de años más tarde, se fuma la pipa de la paz.
Una paz que conquista mi alma, no importando que tengo aquí cerquita a los autores intelectuales de otro acto de justicia. De nada sirve sangrar heridas emocionales con el cuchillo de la venganza. Mejor, paz y amor al estilo Woodstock.
Un mensaje a los que andan alborotando la sangre de guerra: Señores, en El Salvador tenemos amnistía desde 1993. Paz y Amor por favor.
* Carlos Alfaro
calinalfaro@gmail.com