"¡Hey, en este país respetamos a los periodistas!”, gritó Justin Trudeau, el Primer Ministro de Canadá, cuando sus propios seguidores abuchearon a un reportero en una conferencia de prensa que se volvió incómoda para él en octubre pasado.
Los reporteros le preguntaron sobre el caso de uno de los principales dirigentes de su partido, el Liberal, que se vio envuelto en un escándalo de tráfico de influencias y el mismo Trudeau lo hizo renunciar.
Ante preguntas incisivas que formularon los periodistas, los partidarios de Trudeau comenzaron a gritar para abrumar los cuestionamientos, pero el funcionario los reprendió y respondió libremente a los periodistas.
La transparencia y la franqueza de Trudeau, primogénito del célebre exprimer ministro Pierre Trudeau, ha sido una de las claves del renacimiento de su partido, que estaba casi aniquilado tras perder tres elecciones seguidas desde 2006 y que en 2011 quedó diezmado.
En el periodismo se ve de todo y se soporta de todo.
Así como si está lloviendo, un funcionario nos puede decir que “no es cierto, que el sol está brillando”, así muchas veces afirman algo y después aseguran que el periodista les “tergiversó” sus declaraciones cuando no les gusta lo publicado.
Eso me ocurrió hace muchos años con un exministro de seguridad, que comenzó a cuestionar mis interrogantes sobre un sonado caso de asesinato. Al final, él se levantó de su silla, me dijo que “así ya no podíamos seguir hablando” y se fue. Yo hice otro tanto. ¿Se quejó con mis superiores? Quizá. ¿Me llamaron la atención por “ofender” al funcionario? No.
Creo que él tenía derecho de disentir y de decirme lo que pensara de mí, pero no utilizar ese recurso para ocultarle a la población el resultado de una investigación que al final se demostró desviada, errónea.
¿Cometí una ilegalidad o un pecado con preguntar? No.
Yo tenía todo el derecho de preguntar y él tenía el derecho de disculparse o guardar silencio si quería, mas de no de mentir porque eso solo se le perdona a los imputados.
No hay que sentirse atacado ni perder la compostura con preguntas.
En cierta ocasión vi por televisión en directo cuando en un coctel una periodista se le acercó a una diputada para entrevistarla sobre un tema que incomodaba a su partido. La legisladora, con un plato de boquitas en una mano, le dijo groseramente: “¿Qué no ves que estoy comiendo?”.
En tres décadas hemos visto funcionarios que estallan porque no se les pregunta lo que ellos quisieran y porque tratan de imponer agendas, pero cuando lo hacen eso los deja muy mal parados. La misma inercia hace que la opinión pública y los periodistas nos resistamos a seguir ese juego.
Los que ostentan el poder no se dan cuenta muchas veces de que no trabajamos solo por vocación, sino principalmente porque nos debemos a nuestras audiencias, que es a quienes se les niega en definitiva el acceso a la información, pero también quienes toman decisiones y votan.
Con los que no estoy de acuerdo es con los periodistas que se creen francotiradores o James Bond, con “licencia para matar”, con agendas ocultas o ganas de sentirse importantes haciendo ver mal a sus interlocutores. Eso simplemente los descalifica, al igual que a los funcionarios que tienen como arma responder con preguntas groseras para intimidar a los periodistas. Pero igual, tampoco con ellos no vale la pena enfadarse. Lo cortés no quita lo valiente.
No olvidemos que somos ciudadanos que sirven a otros ciudadanos y la credencial no nos vuelve impunes ni más que otros.
Basta con ser francos y sinceros, pero no complacientes y menos taquígrafos de nadie, sin voluntad o capacidad de interpelar y dejar claro un asunto.
Celebro que la Asociación de Periodistas se haya pronunciado por la reacción del presidente de la República hacia una mujer periodista, incidente que espero se aclare y se supere pronto y esto nos lleve a una mejor relación de respeto con las autoridades. El país lo necesita en todos los niveles.
Sin embargo, no he escuchado a mis estimados colegas pronunciarse por los resultados de la investigación que descubrió una red que clonó las páginas electrónicas de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, porque más allá de los delitos que implique, también constituyen un atentado contra la libertad de expresión.
Además de las clonaciones, los periodistas son hostilizados por lo que escriben por ejércitos de cuentas de dudoso origen.
Es tan lamentable callar y hostilizar a un periodista como clonar y apagar medios, sobre todo si hay funcionarios detrás.
Aprendamos de ejemplos de respeto y tolerancia como el que nos dio Canadá y construyamos un mejor país cada día.
*Editor Subjefe de El Diario de Hoy