Los salvadoreños estamos viviendo uno de los más difíciles tiempos de toda nuestra historia.
Como si habernos convertido en uno de los países más violentos del mundo no fuera suficiente, tenemos que lidiar con el que se perfila como el peor gobierno que se ha tenido hasta la fecha.
Hemos llegado a un punto en que la lucha diaria además de subsistir, nos obliga a enfilar esfuerzos para buscar formas en que quienes poseen el poder, no sigan despedazando a la población con sus malas decisiones.
Y es justo en este convulsionado momento, que ha llegado el nuevo fiscal general, quien en poco tiempo nos ha convencido de que es un funcionario dispuesto a cumplir con su trabajo como se debe, ni más ni menos, con la Constitución en una mano y la Biblia en la otra, tal como nos dijo el día que tomó posesión del cargo.
Lo que hemos visto del señor fiscal general hasta ahora es mucho trabajo, orden y sobre todo un evidente deseo para que la institución que dirige, funcione.
Yo espero que el señor fiscal haya estado consciente del monstruo con el que se iba a enfrentar. Porque incluso desde afuera es posible dimensionar lo complejo de dirigir una institución en un momento en que se lidia no solo con la creciente situación de criminalidad, sino de casos de corrupción que están quedando al descubierto.
Como era de esperar y según lo hemos confirmado por sus mismas declaraciones, como si con tanto problema que solventar no fuera suficiente, también debe enfrentarse a personas y “grupúsculos” que no están dispuestos a perder sus mal habidos privilegios y llegan incluso a amenazar su integridad y la del cargo que ostenta.
Es natural, aunque no legal, que esas personas que sienten amenazados sus intereses, quieran bajarle el ritmo, como posiblemente están acostumbrados a hacer; personajes que se habituaron a tener el mando, capataces del mal.
Es comprensible señor fiscal que usted haya llegado a sentirse solo, lo cual más que asumirse en lo que literalmente significa, implica no hallar respaldo que esté a la altura de lo que usted es, de lo que usted quiere como funcionario, respaldo en su férrea voluntad de combatir frontalmente no solo la criminalidad sino además la corrupción que carcome a este país.
Sin embargo es justo que sepa que usted no está solo. Porque somos muchos los salvadoreños buenos que nos unimos a su causa, para sacar al país del despeñadero y darle nueva vida, hacer de nuestra patria ese lugar que merecen las generaciones venideras, los niños y jóvenes que no tienen por qué heredar un campo minado e infértil.
Somos muchos los salvadoreños que soñamos con recuperar este país; que no estamos dispuestos a renunciar a ello y que deseamos unir fuerzas con quienes, al igual que usted, respetan las leyes de la República y las hacen respetar.
Somos muchos los que no queremos que El Salvador sea guarida de quienes han saqueado las arcas del Estado, a sabiendas de que somos un país pobre, con necesidades esenciales para buena parte de la población.
Ningún salvadoreño que sea bueno se debe sentir solo. Porque para quienes creemos en la justicia y respetamos la ley, aún existe la esperanza de regresar al estado democrático y de orden social que anhelamos.
Quienes tomamos la decisión de involucrarnos en el servicio público y recibimos el respaldo de la ciudadanía, no podemos ni debemos usar la política para interferir en procesos judiciales, ni para desprestigiar las instituciones o presionar a funcionarios para que atiendan nuestras demandas.
Así como existe ese libro sagrado que rige nuestros pasos como cristianos, existe la que rige nuestro proceder como ciudadanos y funcionarios: la Constitución de la República y mientras haya personas que tengan respeto al menos por una de ellas, usted no estará solo señor fiscal, Dios y nosotros con usted!
*Diputada.