Cosechas pendientes

Brillante sin solemnidad y erudito sin artificios, Giancarlo Ibárgüen fue quizá el liberal más desprovisto de complejos que he conocido

descripción de la imagen

Por

22 March 2016

A los 52 años de edad, con el cuerpo atenazado por una esclerosis lateral amiotrófica, pero en uso pleno de sus muy notables capacidades intelectuales, hace dos semanas falleció el académico guatemalteco Giancarlo Ibárgüen, quien por una década fue rector de la Universidad Francisco Marroquín y uno de los más insobornables defensores que han tenido las libertades humanas en nuestro agitado continente.

Brillante sin solemnidad y erudito sin artificios, Giancarlo fue quizá el liberal más desprovisto de complejos que he conocido. Se afianzaba a los principios de la libertad humana con todos los dedos de sus manos, pero no rehuía las discusiones filosóficas que le obligaban a reflexionar sobre los delicados equilibrios entre la verdad objetiva, la moral y las acciones del hombre libre.

Aunque muchos de sus alumnos recuerden con emoción comprensible una de sus máximas —“¿Cómo acertar? Aférrense siempre a la libertad”—, lo cierto es que Giancarlo Ibárgüen entendía perfectamente cuántos matices éticos cabía hacer a esa frase. Su curiosidad ilimitada, como no podía ser de otra manera, le había conducido también a identificar una crucial frontera impuesta por la realidad al liberalismo teórico: la del amplio panorama de las disyuntivas morales de nuestra época. ¿Qué hacer ante estos dilemas? ¿Es en la mera libertad donde encontraremos las respuestas definitivas? Y si así fuera, ¿cómo evitar que semejante absolutización de la libertad termine por colocarnos en un mundo sin jerarquías éticas y, en definitiva, sin principios?

Cuando en cierta ocasión intercambiamos opiniones sobre las ideas de un liberal al que ambos admirábamos, don Rafael Termes, Giancarlo (que ya entonces ocupaba la rectoría de la “Marro”) se mostró coincidente en las agudas críticas que el autor de “Antropología del capitalismo” hace al relativismo moral. Y es que, en la práctica, decantarse permanentemente por la libertad —así sin más— bien puede amenazar valores mayores, incluyendo esa meta irremplazable del debate intelectual que es la verdad.

Intercambiando correos copié a Giancarlo un sugestivo párrafo de John Gray, extraído de su ya clásico libro divulgativo, “Liberalismo”: “Ninguna sociedad libre puede sobrevivir por mucho tiempo (...) sin tradiciones morales y convenciones sociales estables: la alternativa a tales normas no es la individualidad, sino la coerción y la anomia”. En la interesante respuesta que me llegó desde Guatemala pude percibir el reto que suponía para alguien como mi colega chapín asomarse a estas aplicaciones paradójicas de los ideales liberales. Lamentablemente, por razones muy ajenas a nuestros deseos, aquella amigable discusión quedó en suspenso.

Ahora que se ha ido, el excandidato a la Alcaldía de Bogotá, Daniel Raisbeck, escribió de Giancarlo Ibárgüen algo que me interesa destacar: “Para mí, su gran enseñanza fue que los liberales, usualmente idealistas y propensos a la teoría, debemos pasar de las aulas, bibliotecas y conferencias al campo de la acción. Al descender de un cómodo Olimpo teórico a las calles y barrios de nuestras ciudades, nos encontramos a los ciudadanos que más necesitan la libertad, (en contra) de un Estado ineficiente, corrupto y retardatorio. Nuestro compromiso realmente es con ellos”.

Y este compromiso del que habla Raisbeck, que solo puede tener sentido si es moral, funciona en virtud de ciertas verdades que descubre en la naturaleza humana. De otra forma, a la lucha infatigable por la libertad —e incluso a su feliz consecución— le seguiría la molicie; pero las interrogantes, lejos de menguar, se las arreglan para persistir y agrandarse. Aun teniendo razones harto suficientes para ensalzar la libertad, siempre daremos de bruces con la pregunta que es su consecuencia inmediata: ¿y qué debo hacer con la libertad que tengo?

Giancarlo Ibárgüen comprendía la importancia de enfrentar este encadenamiento lógico de necesidades, tan humanas como dormir, comer o amar. Reconocía, en este punto, los límites del liberalismo. “Sigamos pensando”, me escribió una vez, a manera de conclusión. “Recordá que las ideas tienen consecuencias, pero tardan en cosecharse”. Y así es, sin duda.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.