La tumba vacía...

Más allá de la dolorosa pasión y muerte de Jesús, tenemos la experiencia protagónica del suceso de la resurrección, evento que nos permite una vivencia liberadora y la certeza de fe que la muerte no es el suceso definitivo

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23 March 2016

La cultura judeo-cristiana de los primeros siglos consideraba el morir como una forma de sueño prolongado y la esperanza de un nacimiento hacia la vida eterna, tanto así era de fuerte el concepto que los primeros cristianos se referían a los difuntos con la expresión griega «koimasthai» del lenguaje coloquial «los que duermen». De acá que el término cementerio, derive del griego «koimeterion» que quiere decir dormitorio, en clara referencia a que los difuntos estaban allí precisamente en un sueño prolongado. 

Los Evangelios relatan al menos tres de las resurrecciones realizadas por Jesús de Nazaret durante su vida: la del hijo de la viuda de Naim, la hija de Jairo el archisinagogo de Cafarnaúm y la de su amigo Lázaro de Betania. Es en esta última en donde Jesús muestra una de las facetas más humanas que narran los Evangelios: “Jesús se conmovió entre lágrimas” al darse cuenta de la muerte de Lázaro al mismo tiempo que muestra a las hermanas del fallecido, compasión y piedad en una clara señal de su Divinidad.

San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia, escribió en una de sus catequesis sobre las verdades fundamentales de la Iglesia: “También los apóstoles resucitaron muertos”, en una alusión a la resurrección de Dorcas por Pedro. El mismo Pablo de Tarso resucitó al joven Eutico, quien había caído de un tercer piso, mientras oía predicar al apóstol de los Gentiles. El Nuevo Testamento está lleno de estas acciones extraordinarias que regularmente llamamos “Milagros” a pesar de que esta palabra no se usa habitualmente en los evangelios sino más bien se usan los términos: “señales”, “hechos asombrosos” o “manifestaciones portentosas”. De igual manera el Antiguo Testamento da demostración de varias resurrecciones, por ejemplo la del profeta Elías con el hijo de la viuda de Sarepta de Sidón y la del profeta Eliseo con el hijo de la mujer de Sunén.

En todas y cada una de estas manifestaciones de resurrección nos maravillamos del hecho de fe, nos sorprendemos, ciertamente que personas que ya habían fallecido, volvieran a la vida. También en la actualidad hay muchos que mencionan cómo la medicina, actualmente, ha logrado en ocasiones el resucitar a pacientes con cuadros difíciles y que después de “tratamientos milagrosos” vuelven a vivir. Aún cuando todo esto es cierto, no deberíamos pensar que se ha vencido a la muerte, pues lo que en realidad ha sucedido es que este hecho se ha retardado. Tanto ayer como en nuestros días hay casos de personas que han sido arrancados momentáneamente de la muerte, pero finalmente debemos recordar que cada uno de estos resucitados, tuvo que morir “nuevamente”, para así cumplir con la ley humana de la vida y la muerte.

Sin embargo, para los creyentes cristianos, esta semana es especialmente importante, pues más allá de la dolorosa pasión y muerte de Jesús, tenemos la experiencia protagónica del suceso de la resurrección, evento que nos permite una vivencia liberadora y la certeza de fe que la muerte no es el suceso definitivo. 

*Colaborador de El Diario de Hoy.